Este fin de semana estaré en la XXVI Feria
Internacional del Libro de Bogotá.
No había vuelto porque la feria se había convertido en
tribuna de la derecha; los conferencistas, panelistas y presentadores se
explayaban en contra de políticas sociales de gobiernos vecinos. La literatura
y el pensamiento nuevo, estaban proscritos.
Espero que esta feria sea diferente.
Cuando digo que la feria había extraviado su razón de
ser, me apoyo en dos ejemplos de la XXII versión, donde un señor, Enrique
Krauze, ahogado en incienso por la caverna colombiana, fungía como agitador
propagandista del imperio más cercano que tenemos. Este señor, en coro con Armando
Montenegro y la periodista María Jimena Duzán, considerábanse dignos de
ascender al Olimpo del oscurantismo. Antes de presenciar el inevitable ascenso,
me retiré del recinto. Afuera pude respirar un aire de renovación, emanado por
una señora que dijo la frase más inteligente de esa feria: No hay nada digno de
escuchar.
Por accidente, llegué a otro salón donde se disertaba
sobre la novela sicaresca. Me atrajo
el título por similitud con novela picaresca; entonces supe que se trataba de
la novela que exalta la actividad de los sicarios. ¡Hasta dónde hemos llegado!
Ahora hacemos en literatura lo mismo que hacen los gringos en cine, vale decir,
exaltar a superhéroes a quienes matan por contrato.
Estaba hablando un señor, Alonso Salazar, que lo único
rescatable que planteó fue: “Me encontré en una comuna de Medellín a un sicario
que me dijo: yo quiero pertenecer al F2. Cuando le pregunté para qué quería
pertenecer al F2, me dijo, para matar a lo legal”.
Sobran
comentarios.
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