Asistía un destacado escritor a una asamblea de burócratas
de la cultura y tomó asiento junto a una dama encopetada y arrogante.
Por esos descuidos espontáneos del cuerpo humano, el
escritor soltó un pedo silencioso y oloroso. Cuando el aroma acarició las
delicadas fosas nasales de la señora, ésta volteó hacia el vecino con agresiva expresión
inquisidora.
Entonces, sonriente, el escritor justificó el pequeño desastre
diciendo:
-Despreocúpese, mi señora, diré que fui yo.
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