jueves, 8 de noviembre de 2012

La educación prohibida


Con el riesgo de sacrificar la modestia, comienzo con una anécdota personal para referirme al tema de hoy.

En un breve intercambio de ideas con el laureado poeta Felipe García Quintero, se me ocurrió decir que yo no era un escritor de academia. Su respuesta, a esta afirmación, corroboró lo que ya presumía:

-Mejor, –dijo Felipe– muchas veces la academia anula la capacidad de crear.

En la educación colombiana, enmarcada en códigos y normas, sucede igual, pero mucho más grave, porque anula a los niños.

Es verdad sabida que un niño desde que empieza a vivir, hace uso intensivo de sus sentidos para conocer su entorno y al mismo tiempo comienza su desarrollo cerebral. Basta con dejarle actuar en plena libertad que él aprenderá, con fundamento, la composición del mundo en que vive. Los padres y quienes lo rodean, lo cuidan mejor que cualquier profesional graduado y además le dan cariño espontáneamente. Con estos elementos humanos, un niño será un verdadero genio que en su juventud ya podrá ejercer sus facultades para aprender lo que quiera.

Sin embargo, nuestra educación, orientada desde el comienzo por principios religiosos, anula el pensamiento, cercena la capacidad de pensar, elimina la iniciativa y castra las facultades artísticas.

Es lo que se llama una educación prohibitiva; todo es prohibido. Al niño siempre se le dice no haga esto o aquello; no moleste, no grite, no cante, no hable. En la escuela al niño se lo constriñe cuando no se lo castiga; lo despojan de su personalidad, lo vuelven un modelo ejemplar porque no pregunta, no cuestiona, no exige, todo lo acepta, tal como nuestro gobierno quiere que sean sus ciudadanos.

La madre de Estanislao Zuleta –el gran filósofo colombiano–, le preguntó, cuando tenía diez años, por qué no quería seguir en la escuela y le respondió:

-Es que en la escuela no me dejan aprender. Repiten y repiten lo mismo.

La señora le otorgó la razón y lo retiró. Estanislao Zuleta nunca se graduó pero fue un filósofo que aprendió por sí mismo; un autodidacta; sabía más que los filósofos con posgrado en Europa y Estados Unidos y llenaba audiencias con sus disertaciones en las Universidades del Valle y Antioquia. Y algo muy importante: desde niño supo lo que quería ser.

Finalicemos este comentario con una apreciación, graciosa y profunda, de nuestro Nobel.

Gabriel García Márquez dijo alguna vez que al niño colombiano sí le gustaba ir a la escuela…, pero al recreo.

Donde mejor se aprende.

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