Con el riesgo de sacrificar la modestia, comienzo con
una anécdota personal para referirme al tema de hoy.
En un breve intercambio de ideas con el laureado poeta
Felipe García Quintero, se me ocurrió decir que yo no era un escritor de
academia. Su respuesta, a esta afirmación, corroboró lo que ya presumía:
-Mejor, –dijo Felipe– muchas veces la academia anula
la capacidad de crear.
En la educación colombiana, enmarcada en códigos y
normas, sucede igual, pero mucho más grave, porque anula a los niños.
Es verdad sabida que un niño desde que empieza a vivir,
hace uso intensivo de sus sentidos para conocer su entorno y al mismo tiempo
comienza su desarrollo cerebral. Basta con dejarle actuar en plena libertad que
él aprenderá, con fundamento, la composición del mundo en que vive. Los padres
y quienes lo rodean, lo cuidan mejor que cualquier profesional graduado y
además le dan cariño espontáneamente. Con estos elementos humanos, un niño será
un verdadero genio que en su juventud ya podrá ejercer sus facultades para
aprender lo que quiera.
Sin embargo, nuestra educación, orientada desde el comienzo
por principios religiosos, anula el pensamiento, cercena la capacidad de
pensar, elimina la iniciativa y castra las facultades artísticas.
Es lo que se llama una educación prohibitiva; todo es
prohibido. Al niño siempre se le dice no haga esto o aquello; no moleste, no
grite, no cante, no hable. En la escuela al niño se lo constriñe cuando no se
lo castiga; lo despojan de su personalidad, lo vuelven un modelo ejemplar
porque no pregunta, no cuestiona, no exige, todo lo acepta, tal como nuestro gobierno
quiere que sean sus ciudadanos.
La madre de Estanislao Zuleta –el gran filósofo
colombiano–, le preguntó, cuando tenía diez años, por qué no quería seguir en
la escuela y le respondió:
-Es que en la escuela no me dejan aprender. Repiten y
repiten lo mismo.
La señora le otorgó la razón y lo retiró. Estanislao
Zuleta nunca se graduó pero fue un filósofo que aprendió por sí mismo; un
autodidacta; sabía más que los filósofos con posgrado en Europa y Estados
Unidos y llenaba audiencias con sus disertaciones en las Universidades del
Valle y Antioquia. Y algo muy importante: desde niño supo lo que quería ser.
Finalicemos este comentario con una apreciación,
graciosa y profunda, de nuestro Nobel.
Gabriel García Márquez dijo alguna vez que al niño
colombiano sí le gustaba ir a la escuela…, pero al recreo.
Donde mejor se aprende.
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