La historia colombiana es una historia de traiciones.
Desde 1780, en plena época de la colonia española,
vino el primer levantamiento conocido como la Rebelión de las Comuneros. Sus
peticiones eran sencillas pero justas y según el decir de Germán Arciniegas
como historiador:
“Cuando se conocen las capitulaciones que pide Berbeo
a nombre de los comuneros hay un movimiento de sorpresa. Para nadie es un
misterio la fuerza de los sublevados, pero difícil resulta creer lo que piden
en ese escrito que constituye, además, un tremendo memorial de agravios”.
Todas las peticiones fueron aprobadas por el gobierno
colonial y refrendadas en una misa celebrada por el arzobispo Antonio Caballero
y Góngora para después desconocerlas. Luego vinieron las persecuciones al
estilo del Santo Oficio sobre un pueblo disperso que produjo una víctima simbólica:
José Antonio Galán; los otros cientos de muertos son anónimos porque no fueron
dirigentes.
En 1953, bajo la dictadura del General Gustavo Rojas
Pinilla, se ofreció Paz, Justicia y Libertad y se extendió la mano a la
guerrilla para que se desmovilizara y protagonizara la vida política del país.
Bastó que la insurgencia entregara las armas para que el gobierno iniciara un
exterminio que alcanzó a su máximo líder, Guadalupe Salcedo, asesinado en
plenas calles bogotanas; luego, Dumar Aljure, jefe guerrillero, cayó muerto por
balas asesinas cuando ya era un humilde campesino desmovilizado.
En el proceso de paz, del entonces presidente de las
calamidades, Belisario Betancur, en 1982, se acordó que un movimiento político
reemplazara a la guerrilla en la consecución de transformaciones sociales por
vías diferentes a la armada. Se creó la Unión Patriótica que una vez alcanzó amplios
triunfos electorales fue exterminada en cabeza de sus figuras políticas
visibles y luego de sus militantes.
Después de recorrer estos antecedentes, estamos ahora
a las puertas de otro proceso de paz que sigue el mismo libreto: un gobierno
que no hará concesiones en la estructura del Estado para resolver los cinco
puntos pactados y sólo aceptará la rendición,
y una guerrilla que ha asimilado las enseñanzas adversas de la historia
y será aún más radical y cautelosa.
Como sucedió en el Caguán.