Alguna vez, en el palacio de Buckingham, el embajador de Arabia Saudita que sufría la condición de cleptómano, tomó una cucharita de plata y se la echó al bolsillo. La señora, jefe de protocolo, lo vio pero no sabía cómo hacer para que devolviera la cucharita.
Entonces acudió a Winston Churchill, el primer ministro inglés, que tenía fama de recursivo y lo puso al tanto del episodio.
Winston, entonces, tomó una cucharita similar y acercándose al embajador le dijo en tono confidencial:
-Su excelencia: yo también colecciono de estas cucharitas, pero parece que nos vieron y lo mejor es devolverlas.
Churchill, colocó la cucharita sobre la mesa y lo mismo hizo el sorprendido árabe.
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