Esta columna debería titularse Sólo para jóvenes, porque encierra unas recomendaciones que ya los adultos
no siguen, por impedírselo su soberbia.
Las recomendaciones no son mías, son de
ese gran pedagogo que tuvimos la fortuna de disfrutarlo como profesor, que
enfrentábamos con nuestras ideas su racionalismo alemán, que nos orientó por el
camino del conocimiento para nunca abandonarlo, por ser un camino de permanente
asombro, algo que ya se ha perdido en las nuevas generaciones. Ese magnífico
maestro, que contribuyó a forjar nuestra disciplina mental, fue Albert
Hartmann, Rector del Liceo Nacional de Varones de Popayán, entre 1963 y 1972.
Hace unos días, en un programa radial de educadores,
citando una frase de un escritor, posiblemente extranjero, se aseguraba que el
proceso de comprensión de lectura se aprendía y que el proceso de comprensión
auditiva, no.
Sin embargo, esto último fue lo que nos enseñó el
profesor Hartmann.
Quienes fueron sus alumnos, recordarán que en sus
clases de Física y Química, no permitía tomar apuntes. Llamaba amanuenses a
aquellos estudiantes que sacaban sus cuadernos y se metían en las hojas para
escribir todo lo que hablaba, sin mirar al profesor. Por esa rutina de escuchar
con atención, cualquier cátedra verbal, sus alumnos adquirimos el placer de
aprender con entusiasmo; si algún detalle se nos escapaba, en la reconstrucción
escrita, en casa, lo recuperábamos o lo investigábamos. Esa práctica nos
permitió usar simultáneamente la atención, la memoria, el raciocinio y la
comprensión. Supimos, entonces, cómo era el entrenamiento diario de la
reconocida disciplina mental de los alemanes.
Por eso hoy nos duele que no haya educadores como el
profesor Albert Hartmann; nos duele ver a estudiantes en cualquier acto
académico, escribiendo sin cesar y, peor, llevando grabadoras o videocámaras
–como si fueran periodistas– para captar el contenido de la conferencia, cuando
tienen la mejor máquina registradora que existe en la naturaleza para aprender:
El cerebro humano.
En las circunstancias modernas, si se daña el papel, o
se extravía el artefacto electrónico, se perdió el contenido de la charla porque
atención no hubo y comprensión, menos.
Además –y esto es lo más grave–, el estudiante dilapidó
una linda oportunidad de recrearse aprendiendo.
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