miércoles, 19 de septiembre de 2012

El Popayán que se fue


Cada vez son más los payaneses raizales que se van de Popayán.

Sé de familias que, en lo corrido del año 2012, se instalaron en Medellín y Bogotá. Las razones para esta emigración van desde seguir a sus hijos, que allá encontraron oportunidades de estudio y de trabajo, hasta el consabido “Popayán ya no es el mismo después del terremoto de 1983”.

En Medellín hay una colonia de payaneses del tamaño del barrio Las Américas; en Bogotá, los patojos alcanzan el mismo número de habitantes de Pandiguando y la Esmeralda, juntos; en Cali, ya impusieron el Champús como bebida típica del Valle; y en Bucaramanga, hasta se volvieron evangélicos, es decir, gente con plata. Los verdaderos payaneses se dispersaron tanto, que en Popayán hay otros ciudadanos que les da pena decir que son de aquí. A ese trote, en algunas décadas ya no tendremos las tradiciones que nos dieron reconocimiento nacional: la Semana Santa será –ya lo es– la feria de las chucherías; el Festival de Música Sinfónica será reemplazado por encuentros de música carranguera norteamericana; la Universidad del Cauca será el escampadero de estudiantes con plata aunque ignoren la cultura universal; la Torre del Reloj albergará la mendicidad con perifoneo; las casas de la cultura servirán para vender empanadas; los poetas –que aún quedan– se dedicarán a las ventas ambulantes en el puente del Humilladero; y los artistas de la danza inundarán las esquinas de los semáforos.

Es pesimismo, soportado en la real situación de una ciudad a la que le cayeron todas las desgracias. Que posee una clase dirigente del mismo tamaño de su decadencia; clase dirigente cuya grandeza estriba en construir lo que falta de un proyecto chiquito y mocho; clase dirigente que se le olvidó soñar, primer paso para llegar al desarrollo de una comunidad.

Es una pérdida que la gente de talento se vaya de Popayán, porque el apoyo está en otros lugares, porque las condiciones para vivir a la altura de su mentalidad, las ofrecen ciudades pujantes.

Bien decía Juancho, cuando se fue para Medellín:

“Yo no fui a abrir puertas: todas estaban abiertas”. 

No hay comentarios: