jueves, 27 de septiembre de 2012

Comunismo en el Cielo

Cuando llegaron al infierno –según las tesis capitalistas– Marx y Engels, el Diablo no los quiso aceptar porque ponían en grave riesgo la existencia misma de la oposición al Cielo de todos los santos. Hizo los trámites ante San Pedro para que el Cielo los guardara en su seno. Así se hizo y todo volvió a quedar en santa paz.
Al pasar los años –que para esos lugares eternos son siglos–, el Diablo preguntó a San Pedro cómo le iba con esos incómodos inquilinos.
-Bien, camarada. Estamos felices con los camaradas.
-Y Dios, ¿qué opina de ellos?
-¿Dios? ¡Pero si Dios no existe!

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Por el camino equivocado

Ahora resulta que se va a aplicar la mendicidad para resolver un problema de pensiones, en Colombia.
El señor ministro del trabajo expuso, con gran pompa ante los medios de comunicación, que una de las bondades de la reforma pensional de este gobierno, de todos los Santos, era el 20% que regalaría a aquellos indigentes que ahorren lo que puedan, hasta la vejez.
Pongamos las cosas en su justa dimensión:
Los 17 millones de pobres que carga nuestro país –según el Dane, Departamento Administrativo Nacional de Estadística–, escasamente se rebuscan y encuentran un famélico recurso para comer; entonces, ¿cuándo van a ahorrar?
Nunca, es la palabra adecuada.
Esos mismos pobres por su condición de pésima alimentación, vivienda insalubre o nula y situación higiénica lamentable, se morirán antes de alcanzar la edad de jubilación, que el gobierno estableció en 55 años para las mujeres y 60 para los varones. ¿Entonces, a quienes va a pensionar, con esa limosna, el gobierno?
A nadie, dice Perogrullo.
Sin embargo nos meten el cuento de que cuando lleguen a viejos –si es que llegan–, van a tener ese bondadoso 20%  que regala el gobierno; pero si el pobre no ha ahorrado, es cero pollito; nada.
Este país debe alcanzar su mayoría de edad y debemos transformarlo en Nación; donde se tenga la seguridad de que ser ciudadano sea un orgullo; donde nuestro trabajo se valore e irrigue a toda la sociedad; donde la salud y la educación sean derechos y no negocios; donde todos los ciudadanos, sin excepción, sean protegidos por el Estado en su vejez. Es decir, una Nación que reconozca una pensión de jubilación a todos los habitantes por el sólo hecho de ser ciudadanos. Sería una mínima retribución a los ancianos que entregaron toda una vida de trabajo, sacrificio y contribución a la grandeza de su Nación.
Es la oportunidad –ahora que se habla de paz– de convertirnos en Nación y tirar al cesto de la basura esas proposiciones Neoliberales que utilizan las limosnas ajenas dizque para mejorar las condiciones sociales de los colombianos.
De seguir como vamos, con absoluta seguridad, esta política de pantalla, que plantea resolver un grave problema social de los ciudadanos, nunca les permitirá salir de pobres a los pobres; con absoluta seguridad, seguirán siendo mendigos que votan por sus verdugos; con absoluta seguridad, se morirán sin llegar a viejos; con absoluta seguridad, quienes tiran las limosnas al corral de los pobres, seguirán usufructuando el poder.
Depende de los ciudadanos seguir así, o cambiar.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Traviesa cucharita

Alguna vez, en el palacio de Buckingham, el embajador de Arabia Saudita que sufría la condición de cleptómano, tomó una cucharita de plata y se la echó al bolsillo. La señora, jefe de protocolo, lo vio pero no sabía cómo hacer para que devolviera la cucharita.
Entonces acudió a Winston Churchill, el primer ministro inglés, que tenía fama de recursivo y lo puso al tanto del episodio.
Winston, entonces, tomó una cucharita similar y acercándose al embajador le dijo en tono confidencial:
-Su excelencia: yo también colecciono de estas cucharitas, pero parece que nos vieron y lo mejor es devolverlas.
Churchill, colocó la cucharita sobre la mesa y lo mismo hizo el sorprendido árabe.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

El Popayán que se fue


Cada vez son más los payaneses raizales que se van de Popayán.

Sé de familias que, en lo corrido del año 2012, se instalaron en Medellín y Bogotá. Las razones para esta emigración van desde seguir a sus hijos, que allá encontraron oportunidades de estudio y de trabajo, hasta el consabido “Popayán ya no es el mismo después del terremoto de 1983”.

En Medellín hay una colonia de payaneses del tamaño del barrio Las Américas; en Bogotá, los patojos alcanzan el mismo número de habitantes de Pandiguando y la Esmeralda, juntos; en Cali, ya impusieron el Champús como bebida típica del Valle; y en Bucaramanga, hasta se volvieron evangélicos, es decir, gente con plata. Los verdaderos payaneses se dispersaron tanto, que en Popayán hay otros ciudadanos que les da pena decir que son de aquí. A ese trote, en algunas décadas ya no tendremos las tradiciones que nos dieron reconocimiento nacional: la Semana Santa será –ya lo es– la feria de las chucherías; el Festival de Música Sinfónica será reemplazado por encuentros de música carranguera norteamericana; la Universidad del Cauca será el escampadero de estudiantes con plata aunque ignoren la cultura universal; la Torre del Reloj albergará la mendicidad con perifoneo; las casas de la cultura servirán para vender empanadas; los poetas –que aún quedan– se dedicarán a las ventas ambulantes en el puente del Humilladero; y los artistas de la danza inundarán las esquinas de los semáforos.

Es pesimismo, soportado en la real situación de una ciudad a la que le cayeron todas las desgracias. Que posee una clase dirigente del mismo tamaño de su decadencia; clase dirigente cuya grandeza estriba en construir lo que falta de un proyecto chiquito y mocho; clase dirigente que se le olvidó soñar, primer paso para llegar al desarrollo de una comunidad.

Es una pérdida que la gente de talento se vaya de Popayán, porque el apoyo está en otros lugares, porque las condiciones para vivir a la altura de su mentalidad, las ofrecen ciudades pujantes.

Bien decía Juancho, cuando se fue para Medellín:

“Yo no fui a abrir puertas: todas estaban abiertas”. 

sábado, 15 de septiembre de 2012

Como si fuera hijo


El joven estaba vestido en forma exótica, por decir lo menos. Un vestido de variados y agresivos colores, adornaba su figura que remataba en un penacho de pelo de escoba plástica verde recién cortada; como los Apaches Tomahawks.

El señor veterano se quedó mirándolo con atención, sin emitir palabra, pero con expresión de sorpresa. Entonces el joven, al sentirse señalado, le preguntó agresivo:

-Bueno viejo, ¿y usted, cuando era joven, no hizo locuras?

-¡Claro que sí! –respondió-, cuando era joven una de las locuras que hice fue hacer el amor con un pavo real, y ahora que lo veo a usted con esa pinta, me pregunto si de pronto no es mi hijo.   

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Para que aprendan


Esta columna debería titularse Sólo para jóvenes, porque encierra unas recomendaciones que ya los adultos no siguen, por impedírselo su soberbia. 

Las recomendaciones no son mías, son de ese gran pedagogo que tuvimos la fortuna de disfrutarlo como profesor, que enfrentábamos con nuestras ideas su racionalismo alemán, que nos orientó por el camino del conocimiento para nunca abandonarlo, por ser un camino de permanente asombro, algo que ya se ha perdido en las nuevas generaciones. Ese magnífico maestro, que contribuyó a forjar nuestra disciplina mental, fue Albert Hartmann, Rector del Liceo Nacional de Varones de Popayán, entre 1963 y 1972.

Hace unos días, en un programa radial de educadores, citando una frase de un escritor, posiblemente extranjero, se aseguraba que el proceso de comprensión de lectura se aprendía y que el proceso de comprensión auditiva, no.  

Sin embargo, esto último fue lo que nos enseñó el profesor Hartmann.

Quienes fueron sus alumnos, recordarán que en sus clases de Física y Química, no permitía tomar apuntes. Llamaba amanuenses a aquellos estudiantes que sacaban sus cuadernos y se metían en las hojas para escribir todo lo que hablaba, sin mirar al profesor. Por esa rutina de escuchar con atención, cualquier cátedra verbal, sus alumnos adquirimos el placer de aprender con entusiasmo; si algún detalle se nos escapaba, en la reconstrucción escrita, en casa, lo recuperábamos o lo investigábamos. Esa práctica nos permitió usar simultáneamente la atención, la memoria, el raciocinio y la comprensión. Supimos, entonces, cómo era el entrenamiento diario de la reconocida disciplina mental de los alemanes.     

Por eso hoy nos duele que no haya educadores como el profesor Albert Hartmann; nos duele ver a estudiantes en cualquier acto académico, escribiendo sin cesar y, peor, llevando grabadoras o videocámaras –como si fueran periodistas– para captar el contenido de la conferencia, cuando tienen la mejor máquina registradora que existe en la naturaleza para aprender:

El cerebro humano.

En las circunstancias modernas, si se daña el papel, o se extravía el artefacto electrónico, se perdió el contenido de la charla porque atención no hubo y comprensión, menos.

Además –y esto es lo más grave–, el estudiante dilapidó una linda oportunidad de recrearse aprendiendo.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Situación superada



Alguna vez un parlamentario, que detestaba a Guillermo León Valencia, hijo del poeta Guillermo Valencia, lo increpó diciendo:

-Usted por más que intente, nunca podrá superar a su padre.

-Ahí si me ganó, mi estimado amigo. En cambio usted ya superó a su papá y hasta ahora no ha hecho nada.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Los diálogos de paz


Ahora, cuando nuestro gobierno decide iniciar unos diálogos con la guerrilla, viene bien recordar el papel de los periodistas y ciudadanos influyentes para que esos propósitos culminen como todos queremos: con una paz estable.

Los periodistas hacen bien en informar del proceso y no constituirse en una de las dos partes; los ciudadanos influyentes, como columnistas de prensa, deben ubicarse en el momento político para que su interpretación sea correcta y no tergiversar, ni cuestionar los procedimientos.

Los anteriores diálogos fracasaron porque fueron muchos los que intervinieron a favor o en contra, apoyados en intereses particulares que inclinaron al gobierno hacia una posición extrema, hasta crearse un clima de mano dura e intransigencia que condujo a la guerrilla a otra posición igualmente extrema. Ambas actitudes llevaron al rompimiento de los diálogos.

Hace una semana el general norteamericano Stanley McCrystal, asesor del gobierno colombiano en acciones de guerra, hizo una declaración certera que todos, incluidos los políticos, deberían recoger como una recomendación: 

“La guerra es el fracaso de la política”.

En Colombia ha fracasado la política, por eso estamos en guerra.

Cuando la política triunfe, estaremos en paz. Aquí hay que entender que los diálogos que empiezan, los hacen los políticos de lado y lado; tanto los voceros del gobierno como los de la guerrilla, son políticos. Y se discutirá, en la mesa, la estructura política de Colombia para orientar a una nueva sociedad que los incluya a todos. El gobierno planteará una democracia capitalista que hay que continuar y la guerrilla una democracia socialista. Ambos tienen argumentos para imponer su estructura y ambos tienen que ceder. A manera de ejemplo, el Estado debe admitir su fracaso de una política neoliberal que cambió derechos fundamentales por servicios; política que condujo a un malestar social cada vez más agudo. No hay, en Colombia, derecho a la salud ni a la educación garantizados por el Estado, así lo diga la Constitución Nacional.

Si se alcanza una estructura de Estado que sea amplia, justa y garante de todos los derechos ciudadanos, la guerrilla no tendría razón de existir y debe desmovilizarse.

A eso se debe llegar; por eso la discusión es política. No se trata de desmovilizarse por prebendas individuales y seguir igual. Ni traicionar a los millones de muertos que dejó la confrontación.

Ojalá el periodismo y los ciudadanos influyentes lo tengan claro para que coadyuven en la transformación de nuestro país en un nuevo Estado, en una nueva sociedad, en una Colombia en paz.