Ya no
se conmemora el 9 de abril en Colombia.
Si
nuestro país carece de memoria histórica es posible que en un inmediato futuro
pierda hasta su identidad. Dejará de llamarse Colombia y podrá llamarse
cualquier cosa, en inglés. Si no hay ofrenda a quienes quisieron cambiar el
destino de nuestro país, tampoco se recordará la patria de nuestros abuelos y
nuestros padres; menos se reconocerá el sacrificio de tantos hombres y mujeres
que ofrecieron sus vidas para que sus descendientes tuvieran un destino mejor.
En
Francia se conmemora todavía, después de más de doscientos años, la toma de la
Bastilla por asaltantes populares. Hecho simbólico de la destrucción de un
despotismo que transformó el sistema político de gobierno de medio mundo. Los
centenares de muertos aún se reconocen como mártires.
El
trato dado por México a Emiliano Zapata y Pancho Villa y sus seguidores, es el
de verdaderos héroes que trazaron el destino histórico de esa nación, muy
diferente al dado aquí en Colombia a los mártires de la Guerra de los Mil días;
de la masacre de las Bananeras de 1928 en Ciénaga, Magdalena; del 9 de abril de
1948 en Bogotá y todo el país; del 7 de agosto de 1956 en la explosión de Cali.
No hay ni siquiera un monumento a los caídos en esos episodios de nuestra
historia. La fosa común donde reposaban los restos de anónimos sacrificados del
9 de abril de 1948, se usó en Bogotá para construir el parque bicentenario,
donde ni siquiera hay una placa conmemorativa.
Así
es nuestro país, pobre país, que soporta mentiras faranduleras y olvida
verdades eternas.
Ni
siquiera las organizaciones sindicales y populares se acordaron de conmemorar
el 9 de abril de 1948 en conciliábulo con el poder vigente, para quien la
historia es de próceres de charretera y ahí no hay cabida para asaltantes,
maleantes y borrachos, como se calificó a los miles de sacrificados en esa
jornada nefasta.
Para
quienes carecen de memoria histórica es conveniente recordarles que el 9 de
abril de 1948, marcó la oleada más sangrienta de la violencia en Colombia con
el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, candidato a la
presidencia de la república, y quien representaba la esperanza y los sueños de
ciudadanos pobres y perseguidos por el gobierno de Mariano Ospina Pérez, por un
delito que se inventaron: ser liberal.
Hoy
parece una referencia lejana, pero sus consecuencias de violencia política aún siguen causando muertes sin solución de
Estado, por carecer, Colombia, de estadistas.
He
ahí su pobreza.
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