jueves, 12 de abril de 2012

Después de la Semana Santa


Me lo confesó una expositora artesanal de Armenia, en la Semana Santa de este 2012: Popayán no es una ciudad culta.

Como payanés que soy, utilicé el silencio para aprobar lo que ya sabía. Es lo mismo que comentamos en casa nosotros –los pocos payaneses que aún quedamos–, por aquello de la ropa sucia. Quienes conocimos a la ciudad culta sólo nos cabe el dolor de una verdad que causa afrenta.

Manifestaba la señora, con sorpresa, que en su puesto de exhibición decía buenos días, buenas tardes, hasta luego…, y siempre se quedaba con las palabras en la boca pues nadie correspondía, hasta que se cansó y adoptó esa costumbre grosera de no saludar. Decía la expositora que las artesanías en Popayán se habían degradado tanto que ahora exhibían productos industriales comprados en Bogotá y Medellín a precios bajos en detrimento de los productos hechos a mano. También aseguraba que en una exposición de altura se llegaba al colmo de vender chucherías que se consiguen en las calles. En fin, su queja se orientaba a resaltar que en Bogotá, por ejemplo, en las exposiciones artesanales eran rigurosos en la escogencia de la calidad de las artesanías, mientras que en Popayán había muy pocas artesanías de valor manual.

Los comentarios de la señora expositora indican con crudeza la forma cómo ven a la ciudad y sus gentes, quienes nos visitan.

¿Cómo llegamos a esta situación incómoda? Me atrevo a esbozar unas breves apreciaciones que podrían explicar por qué Popayán dejó de ser una ciudad culta.

Después del terremoto de 1983 hubo una fuerte emigración de payaneses, debido principalmente a la imposibilidad de reconstruir sus viviendas catalogadas como mansiones. El gobierno de las calamidades, de Belisario Betancur, no decretó la emergencia económica y social para reconstruir la ciudad en cinco años lo que se hizo en diez, cuando nadie iba a volver. Pero así son nuestros gobiernos, decretan a la ciudad como patrimonio nacional y cuando hay necesidad de reconstruirla, por azares de la tragedia, no aparecen los recursos del Estado y dejan al propietario sin su patrimonio.

A Popayán llegaron oleadas de personas que buscaban un mejor porvenir aprovechando la tragedia y se instalaron como lo hacen los necesitados, en albergues improvisados, que hoy son viviendas aceptablemente dignas. Estas gentes, se hicieron a un derecho bien ganado y hoy son la mayoría de los pobladores, con su descendencia, de nuestra ciudad. Por las circunstancias de tiempo, los nuevos ciudadanos no asimilaron la cultura payanesa y antes bien se impusieron, casi con agresividad, con sus costumbres, que no son las nuestras.

Así tenemos un híbrido de ciudad que sobre el papel figura en grandes caracteres y en la vida cotidiana es una confluencia de grosería y pésimo gusto.


Tal vez estas razones expliquen la irremediable pérdida de la ciudad culta de Colombia.

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