Me lo
confesó una expositora artesanal de Armenia, en la Semana Santa de este 2012:
Popayán no es una ciudad culta.
Como
payanés que soy, utilicé el silencio para aprobar lo que ya sabía. Es lo mismo
que comentamos en casa nosotros –los pocos payaneses que aún quedamos–, por
aquello de la ropa sucia. Quienes conocimos a la ciudad culta sólo nos cabe el
dolor de una verdad que causa afrenta.
Manifestaba
la señora, con sorpresa, que en su puesto de exhibición decía buenos días, buenas tardes, hasta luego…,
y siempre se quedaba con las palabras en la boca pues nadie correspondía, hasta
que se cansó y adoptó esa costumbre grosera de no saludar. Decía la expositora
que las artesanías en Popayán se habían degradado tanto que ahora exhibían
productos industriales comprados en Bogotá y Medellín a precios bajos en
detrimento de los productos hechos a mano. También aseguraba que en una
exposición de altura se llegaba al colmo de vender chucherías que se consiguen
en las calles. En fin, su queja se orientaba a resaltar que en Bogotá, por
ejemplo, en las exposiciones artesanales eran rigurosos en la escogencia de la
calidad de las artesanías, mientras que en Popayán había muy pocas artesanías
de valor manual.
Los
comentarios de la señora expositora indican con crudeza la forma cómo ven a la
ciudad y sus gentes, quienes nos visitan.
¿Cómo
llegamos a esta situación incómoda? Me atrevo a esbozar unas breves apreciaciones
que podrían explicar por qué Popayán dejó de ser una ciudad culta.
Después
del terremoto de 1983 hubo una fuerte emigración de payaneses, debido
principalmente a la imposibilidad de reconstruir sus viviendas catalogadas como
mansiones. El gobierno de las calamidades, de Belisario Betancur, no decretó la
emergencia económica y social para reconstruir la ciudad en cinco años lo que
se hizo en diez, cuando nadie iba a volver. Pero así son nuestros gobiernos,
decretan a la ciudad como patrimonio nacional y cuando hay necesidad de
reconstruirla, por azares de la tragedia, no aparecen los recursos del Estado y
dejan al propietario sin su patrimonio.
A
Popayán llegaron oleadas de personas que buscaban un mejor porvenir
aprovechando la tragedia y se instalaron como lo hacen los necesitados, en
albergues improvisados, que hoy son viviendas aceptablemente dignas. Estas
gentes, se hicieron a un derecho bien ganado y hoy son la mayoría de los
pobladores, con su descendencia, de nuestra ciudad. Por las circunstancias de
tiempo, los nuevos ciudadanos no asimilaron la cultura payanesa y antes bien se
impusieron, casi con agresividad, con sus costumbres, que no son las nuestras.
Así
tenemos un híbrido de ciudad que sobre el papel figura en grandes caracteres y
en la vida cotidiana es una confluencia de grosería y pésimo gusto.
Tal vez estas razones expliquen la irremediable pérdida de la ciudad culta de Colombia.
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