miércoles, 25 de abril de 2012

¡Qué manera de hablar!


Nota: 
Tenía preparada una anécdota graciosa local, pero viendo el Noticiero CMI, del Canal Uno de la TV entre 9:30 y 10:00 p.m. del 24 de abril de 2012, cambié por esta expresión de antología que pronunció la Ministra de Educación Nacional a propósito de un posible fraude en el sistema educativo. Seguramente estarán de acuerdo conmigo en que la ministra debería ser llamada para reestructurar la oficina de inteligencia del gobierno:  

“Tenemos más de cien mil niños fantasmas que fueron identificados”.

En Colombia se celebra, no se conmemora


Ya no se conmemora el 9 de abril en Colombia.

Si nuestro país carece de memoria histórica es posible que en un inmediato futuro pierda hasta su identidad. Dejará de llamarse Colombia y podrá llamarse cualquier cosa, en inglés. Si no hay ofrenda a quienes quisieron cambiar el destino de nuestro país, tampoco se recordará la patria de nuestros abuelos y nuestros padres; menos se reconocerá el sacrificio de tantos hombres y mujeres que ofrecieron sus vidas para que sus descendientes tuvieran un destino mejor.

En Francia se conmemora todavía, después de más de doscientos años, la toma de la Bastilla por asaltantes populares. Hecho simbólico de la destrucción de un despotismo que transformó el sistema político de gobierno de medio mundo. Los centenares de muertos aún se reconocen como mártires.

El trato dado por México a Emiliano Zapata y Pancho Villa y sus seguidores, es el de verdaderos héroes que trazaron el destino histórico de esa nación, muy diferente al dado aquí en Colombia a los mártires de la Guerra de los Mil días; de la masacre de las Bananeras de 1928 en Ciénaga, Magdalena; del 9 de abril de 1948 en Bogotá y todo el país; del 7 de agosto de 1956 en la explosión de Cali. No hay ni siquiera un monumento a los caídos en esos episodios de nuestra historia. La fosa común donde reposaban los restos de anónimos sacrificados del 9 de abril de 1948, se usó en Bogotá para construir el parque bicentenario, donde ni siquiera hay una placa conmemorativa.

Así es nuestro país, pobre país, que soporta mentiras faranduleras y olvida verdades eternas.

Ni siquiera las organizaciones sindicales y populares se acordaron de conmemorar el 9 de abril de 1948 en conciliábulo con el poder vigente, para quien la historia es de próceres de charretera y ahí no hay cabida para asaltantes, maleantes y borrachos, como se calificó a los miles de sacrificados en esa jornada nefasta.

Para quienes carecen de memoria histórica es conveniente recordarles que el 9 de abril de 1948, marcó la oleada más sangrienta de la violencia en Colombia con el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, candidato a la presidencia de la república, y quien representaba la esperanza y los sueños de ciudadanos pobres y perseguidos por el gobierno de Mariano Ospina Pérez, por un delito que se inventaron: ser liberal.

Hoy parece una referencia lejana, pero sus consecuencias de violencia política  aún siguen causando muertes sin solución de Estado, por carecer, Colombia, de estadistas.

He ahí su pobreza. 

miércoles, 18 de abril de 2012

Se acaba El Liberal


Tal parece que El Liberal, diario fundado en Popayán en 1938, no alcanzará a cumplir los 80 años. 

¡Lástima! Pero el diario se volvió malo para un público de buen gusto que dejó de leer piezas de mal gusto. Los columnistas de hoy no cobran y por eso escriben barbaridades, cuando no puerilidades obscenas lisonjeras. 

Nos gustaba El Liberal de antes, cuando había pensamiento encadenado a las plumas de Carlos Lemos Simonds, Francisco Lemos Arboleda, los hermanos Simonds Pardo, los hermanos Paredes Pardo, Fernando Solarte Lindo, Guillermo Borrero Aragón, Misiá Ángela…

Hasta el grueso público extraña a ese Liberal de antaño y, con esa noción del tiempo ido, se atreven a calificar que era mejor cuando el voceador gritaba en las calles:

-¡El Liberal de hoy con la muerte de Caquiona!

Salía Caquiona, con su caminado de pato y sus gafas a punto de caerse, y contestaba, en agudo agresivo:

-¡El Liberal de hoy con la muerte de tu mama!

martes, 17 de abril de 2012

La cumbre de las américas


“Los gobernantes andan
De cumbre en cumbre,
Mientras los pueblos andan
De desbarrancadero en desbarrancadero”.

Hugo Chávez dijo, con razón,
Para mofarse en serio
De déspotas en reunión
Que arrodillanse al imperio.

Hacen pingües negocios,
Se enriquecen con la miseria,
Y la pobreza de sus socios,
Que aplauden cual en feria.

Finalizan con declaraciones
De buena voluntad,
Que truecan en aberraciones
Expeditas a la maldad.


Y volvemos a lo mismo:
Los ricos, más ricos cada vez;
Y los pobres al abismo,
En afrentosa inequidad por mes.

jueves, 12 de abril de 2012

Después de la Semana Santa


Me lo confesó una expositora artesanal de Armenia, en la Semana Santa de este 2012: Popayán no es una ciudad culta.

Como payanés que soy, utilicé el silencio para aprobar lo que ya sabía. Es lo mismo que comentamos en casa nosotros –los pocos payaneses que aún quedamos–, por aquello de la ropa sucia. Quienes conocimos a la ciudad culta sólo nos cabe el dolor de una verdad que causa afrenta.

Manifestaba la señora, con sorpresa, que en su puesto de exhibición decía buenos días, buenas tardes, hasta luego…, y siempre se quedaba con las palabras en la boca pues nadie correspondía, hasta que se cansó y adoptó esa costumbre grosera de no saludar. Decía la expositora que las artesanías en Popayán se habían degradado tanto que ahora exhibían productos industriales comprados en Bogotá y Medellín a precios bajos en detrimento de los productos hechos a mano. También aseguraba que en una exposición de altura se llegaba al colmo de vender chucherías que se consiguen en las calles. En fin, su queja se orientaba a resaltar que en Bogotá, por ejemplo, en las exposiciones artesanales eran rigurosos en la escogencia de la calidad de las artesanías, mientras que en Popayán había muy pocas artesanías de valor manual.

Los comentarios de la señora expositora indican con crudeza la forma cómo ven a la ciudad y sus gentes, quienes nos visitan.

¿Cómo llegamos a esta situación incómoda? Me atrevo a esbozar unas breves apreciaciones que podrían explicar por qué Popayán dejó de ser una ciudad culta.

Después del terremoto de 1983 hubo una fuerte emigración de payaneses, debido principalmente a la imposibilidad de reconstruir sus viviendas catalogadas como mansiones. El gobierno de las calamidades, de Belisario Betancur, no decretó la emergencia económica y social para reconstruir la ciudad en cinco años lo que se hizo en diez, cuando nadie iba a volver. Pero así son nuestros gobiernos, decretan a la ciudad como patrimonio nacional y cuando hay necesidad de reconstruirla, por azares de la tragedia, no aparecen los recursos del Estado y dejan al propietario sin su patrimonio.

A Popayán llegaron oleadas de personas que buscaban un mejor porvenir aprovechando la tragedia y se instalaron como lo hacen los necesitados, en albergues improvisados, que hoy son viviendas aceptablemente dignas. Estas gentes, se hicieron a un derecho bien ganado y hoy son la mayoría de los pobladores, con su descendencia, de nuestra ciudad. Por las circunstancias de tiempo, los nuevos ciudadanos no asimilaron la cultura payanesa y antes bien se impusieron, casi con agresividad, con sus costumbres, que no son las nuestras.

Así tenemos un híbrido de ciudad que sobre el papel figura en grandes caracteres y en la vida cotidiana es una confluencia de grosería y pésimo gusto.


Tal vez estas razones expliquen la irremediable pérdida de la ciudad culta de Colombia.

miércoles, 11 de abril de 2012

La Orden y la Gran Cruz


En Popayán devaluaron las condecoraciones:
ahora les dio por condecorar a indefinidos,
a ineptos, perezosos, y hasta a bandidos.
Mientras sabios y rectos, eminencias con blasones,
que la inteligencia encumbraron con estoicismo,
vilipendiados por el vulgo inane, van al ostracismo.

jueves, 5 de abril de 2012

El Mono Luis H.


Conocí al Mono Luis H. Ledezma cuando a mi me tocó ser parte de las estrellas de la radio en Caracol, por los años en que sus fotos comenzaban a colorearse con ese tono sepia que después se hizo artístico.

El Mono iba a la emisora para tomar fotos a los ciclistas de la Vuelta a Colombia; a los comentaristas y narradores nacionales; a las madrinas, las mismas que daban besitos a los ciclistas después de chupar trompa con nosotros, artistas del micrófono.  

El Mono también tenía sus argumentos de conquista con esa pinta de europeo que se mandaba y que varias veces nos arrebató admiradoras listas para la rumba del viernes. Las fans –en ese tiempo siriríes–, que nos frecuentaban en los estudios de Caracol, siempre preguntaban por ese señor alto, blanco, serio, de pelo castaño claro y atlético y nosotros –como fuerte competencia que era–, decíamos que era el fotógrafo personal del gerente. Las damas, más inclinadas por las ilusiones, no nos creían y siempre aseguraban que era el gerente.  Bueno, la comparación inicial no admitía dudas: poner a Luis H. Ledezma junto a Hemberth Paz (el gerente de Caracol) era establecer una desproporcionada diferencia de dos cuartas. Las damas, desde esos tiempos, ya determinaban la jerarquía por el tamaño.

Más acá, por los tiempos del terremoto de 1983, el Mono Ledezma, encaramado sobre los escombros de Popayán, tomó fotos de la desgracia y comprobó que una ciudad linda había desaparecido para siempre. Se ocupó en conservar ese Popayán de verdad, de murallas de adobe, de aleros amplios,  de portalones tallados, de arabescos zaguanes, de arte no agredido, de olor a Colonia, en imágenes de bromo y plata.

Hoy tenemos esas fotografías del bello Popayán que se perdió. Al Mono le debemos esa memoria gráfica que no nos deja mentir (como decían las abuelas) lo que fue ese pueblo, cuya desgracia consistió en que sus hijos sobrevivientes se fueron a morir a ciudades lejanas.

Aquí se quedó el Mono, Luis H. Ledezma, y con él media historia viva del siglo veinte.  

miércoles, 4 de abril de 2012

La cultura del volante


El conductor que es capaz de atropellar a un perro, es capaz de atropellar a un niño.


En Bogotá, hace dos semanas, dos conductores de bus, en competencia por recoger pasajeros, atropellaron a dos niños que infortunadamente fallecieron. Esta es una faceta de lo que es nuestro país: es más importante el valor del dinero que el de la vida. Lo practican desde los dueños poderosos del capital hasta los humildes choferes. Las víctimas siempre son los seres más débiles.


El conductor de vehículo tiene un poder otorgado por el capital. Quien conduce, asume la condición de dueño de la calle y, para hacer respetar esa propiedad, tiene el arma de su vehículo; entre más grande y más fino, mayor derecho y por tanto mayor agresividad. Así lo entienden los choferes de bus y los conductores de carros de alta gama. De ahí que quienes se atraviesen en su calle son estorbos que pueden eliminarse por el temor a la muerte o por la muerte misma.


Pero no vamos a caer en la odiosa situación del señalamiento individual que siempre piden nuestras autoridades para tratar de corregir un problema que es de educación, o de política, si lo analizamos en profundidad.


Podríamos indicar que el problema es de educación porque generalmente los conductores de buses son personas deficientes en instrucción primaria, que son más baratos para las empresas y no reclaman. Los conductores de carros de alta gama generalmente practican ese eufemismo en el que se han criado: Todo se arregla con plata. Unos y otros son ignorantes; unos y otros son potenciales peligros para niños, ancianos, enfermos y animales, los más débiles en una ciudad inculta.


Pero realmente el problema es político y tiene que ver con la sociedad que nos han creado. La nuestra, es una sociedad neoliberal capitalista donde, quien tiene dinero puede educarse; quien no lo tiene, le cabe el derecho de nacer y morir pobre e ignorante.


Cuando empecemos a proteger la vida, incluida la de los animales, habremos dado el primer paso para cambiar el sistema político. Mientras tanto, tendremos que reafirmarnos en lo dicho al principio:


El conductor que es capaz de atropellar a un perro, es capaz de atropellar a un niño.