martes, 20 de diciembre de 2011

La crisis del capital, comienzo del humanismo.

Creo que muchos ciudadanos de Colombia vieron en la última semana de noviembre de 2011, por el canal Caracol de televisión, una insólita entrevista a dos representantes del capital, de la ciudad de Medellín. 
Entrevistaban a los presidentes del Banco de Colombia y del grupo empresarial Sura; y digo insólita entrevista, por los planteamientos hechos. 
Ambos personajes coincidían en que el progreso de nuestro país debía fundamentarse en dos aspectos bien definidos: el respeto por la vida y la igualdad. Y, para alcanzarlos, planteaban como estrategia enfatizar en la educación en todos sus niveles.

Algo está pasando en los entretelones de la economía mundial para que ahora nuestros economistas se atrevan a hablar como si fueran humanistas. Como decía un economista de la orilla opuesta: en los manuales de economía nunca aparecen términos como vida, medio ambiente, igualdad, biosfera, calentamiento global, fotosíntesis, finitud; por esto, es insólito que ahora los representantes del capital los hayan introducido en sus disertaciones.

El llamado movimiento de los indignados, que ya supera varios meses de manifestaciones en Europa y Estados Unidos, unido a la mayor crisis económica europea, aún no resuelta, es posible que les haya hecho abrir los ojos a los potentados sobre la realidad social; que un crecimiento económico infinito no es posible en nuestro mundo; que la economía, que genera bienestar, se desarrolla por los pueblos que trabajan y no por los que especulan; que con la pretensión de alcanzar la riqueza acumulativa del capital se puede llegar a destruir la naturaleza que la sustenta; que de nada sirve el dinero frente a la escasez de agua y de alimentos; que la desigualdad social es causa de rebeliones; que los pueblos ya no son manipulables.

Es posible que estemos asistiendo a un cambio trascendental en nuestra civilización.

Que hoy, en el mundo, se eleve la vida a valor supremo, sería el principio de la desaparición de las guerras; el comienzo de la fraternidad humana; la eliminación de las desigualdades, respetando las diferencias.

Si esto llegara a suceder, los ejércitos de armas para matar serían reemplazados por ejércitos de científicos para extender la vida; los políticos podrían dedicarse a las bellas artes, donde no cabe el cinismo; los economistas llegarían a ser poetas de elevada hipérbole; pero, sobre todo, ya no tendríamos que preocuparnos por valores efímeros; dejaríamos la puerta abierta de nuestra casa como si fuera una extensión del vecindario.

Hasta el pudor dejaría de ser virtud.

No hay comentarios: