Creo
que muchos ciudadanos de Colombia vieron en la última semana de noviembre de
2011, por el canal Caracol de televisión, una insólita entrevista a dos
representantes del capital, de la ciudad de Medellín.
Entrevistaban a los presidentes del Banco de Colombia y del grupo empresarial Sura; y digo insólita entrevista, por los planteamientos hechos.
Ambos personajes coincidían en que el progreso de nuestro país debía fundamentarse en dos aspectos bien definidos: el respeto por la vida y la igualdad. Y, para alcanzarlos, planteaban como estrategia enfatizar en la educación en todos sus niveles.
Entrevistaban a los presidentes del Banco de Colombia y del grupo empresarial Sura; y digo insólita entrevista, por los planteamientos hechos.
Ambos personajes coincidían en que el progreso de nuestro país debía fundamentarse en dos aspectos bien definidos: el respeto por la vida y la igualdad. Y, para alcanzarlos, planteaban como estrategia enfatizar en la educación en todos sus niveles.
Algo
está pasando en los entretelones de la economía mundial para que ahora nuestros
economistas se atrevan a hablar como si fueran humanistas. Como decía un
economista de la orilla opuesta: en los manuales de economía nunca aparecen
términos como vida, medio ambiente, igualdad, biosfera, calentamiento global,
fotosíntesis, finitud; por esto, es insólito que ahora los representantes del
capital los hayan introducido en sus disertaciones.
El
llamado movimiento de los indignados,
que ya supera varios meses de manifestaciones en Europa y Estados Unidos, unido
a la mayor crisis económica europea, aún no resuelta, es posible que les haya
hecho abrir los ojos a los potentados sobre la realidad social; que un
crecimiento económico infinito no es posible en nuestro mundo; que la economía,
que genera bienestar, se desarrolla por los pueblos que trabajan y no por los
que especulan; que con la pretensión de alcanzar la riqueza acumulativa del
capital se puede llegar a destruir la naturaleza que la sustenta; que de nada
sirve el dinero frente a la escasez de agua y de alimentos; que la desigualdad
social es causa de rebeliones; que los pueblos ya no son manipulables.
Es
posible que estemos asistiendo a un cambio trascendental en nuestra
civilización.
Que
hoy, en el mundo, se eleve la vida a valor supremo, sería el principio de la
desaparición de las guerras; el comienzo de la fraternidad humana; la
eliminación de las desigualdades, respetando las diferencias.
Si
esto llegara a suceder, los ejércitos de armas para matar serían reemplazados
por ejércitos de científicos para extender la vida; los políticos podrían
dedicarse a las bellas artes, donde no cabe el cinismo; los economistas
llegarían a ser poetas de elevada hipérbole; pero, sobre todo, ya no tendríamos
que preocuparnos por valores efímeros; dejaríamos la puerta abierta de nuestra
casa como si fuera una extensión del vecindario.
Hasta
el pudor dejaría de ser virtud.
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