Cocorote, le decían, no sé por qué, si tiene un nombre muy sonoro: Rodrigo Idrobo. Es amigo de la primera infancia, desde cuando nos instruían los Hermanos Maristas en la escuela de San Camilo. Se perdió, el Cocorote, por cerca de veinte años; tiempo durante el cual, llegué a bachiller, me hice militar por obligación, terminé una carrera promisoria como es la Ingeniería Electrónica y las Telecomunicaciones; ingresé a Telecom, la primera empresa del país, como jefe técnico del departamento del Cauca. Bajo mi dirección estaban los técnicos y operadores.
En la primera semana de ingreso a Telecom, visité a Piendamó, un municipio encordillerado, estratégico para expandir las telecomunicaciones de entonces y para presentarme como nuevo jefe. Me recibió el administrador de la oficina en el primer piso y, ante sus ocupaciones, decidí recorrer, solo, el segundo piso donde se encontraban las áreas técnicas y operativas. Fue allí donde volví a reencontrarme con Cocorote.
Estaba operando la máquina télex. Cuando me vio, dudó un poco, pero sin pararse me saludó:
-¡Hola, viejo man! ¿Qué te trae por aquí?
-Pues, estoy conociendo la oficina...
-¡Cuánto gusto me da verte después de tantos años!
-Gracias. A mi también. Veo que has progresado.
Se levantó de la silla, después de enviar el mensaje telegráfico que tenía en turno.
-No me puedo quejar. Aquí se trabaja sabroso, sin que nadie lo moleste. Pero parece que la cosa va a cambiar.
-¿Y por qué va a cambiar?
-Porque han nombrado a un ingeniero como jefe de nosotros y los de Popayán me dicen que es jodido.
-¿Jodido? ¿Cómo así?
-Pues, que no deja pasar una y está encima del trabajo.
-¿Y eso, no es bueno?
-¡Que va! Nosotros estamos acostumbrados a trabajar sin jefes, a volarnos cuando queremos, a llegar tarde, a mamar gallo. Eso sí, el trabajo no lo descuidamos. Pero no hablemos de eso porque al nuevo jefe, al ingenierito ese, le mediremos el aceite y ya veremos... Y vos viejo man, ¿qué estás haciendo ahora?
-Pues, cómo te parece que después de prestar el servicio militar, estudié y me gradué.
-¡Qué bien, viejo man! Te felicito. Ahora hay que estudiar para ser algo en la vida. ¿Y de qué te graduaste?
En ese momento hizo su ingreso el administrador de la oficina, Celso Enrique Salazar, y se dirigió a mí:
-¡Qué pena, ingeniero, que lo haya dejado solo! Pero veo que ya está conociendo al personal.
-Sí. A Rodrigo lo conozco muy bien desde hace mucho tiempo y, como buenos amigos, vamos a trabajar en armonía. De eso estoy seguro.
Rodrigo, mejor dicho, Cocorote, había adoptado una palidez de sorpresa que me encargué de atenuarla:
-Como ya está próximo el almuerzo, los invito a la tienda de enfrente a tomarnos, como aperitivo, un par de cervezas para celebrar este encuentro.
-Gracias, ingeniero –dijeron en coro Celso y Cocorote–.
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