Hoy, después de ver las actuaciones de nuestros representantes y senadores, nos invade la nostalgia por los políticos del siglo XIX.
A mediados de mil ochocientos teníamos verdaderos luchadores por grandes ideales. Estaban construyendo una república y, con errores y aciertos, lo lograron. En ese ideal supremo participaron José Hilario López, José María Obando y Tomás Cipriano de Mosquera, quien al final consolidó lo que hoy es la República de Colombia. Fueron políticos y militares que le apuntaban a la grandeza de su nación en crecimiento.
Hoy nos invade la tristeza por la diferencia de valor entre un siglo y otro.
Nuestros políticos del presente se dejan arrinconar por las nuevas tendencias y, como los camaleones, se acomodan a las circunstancias, sobre nadan en medio de todas las opresiones como signo de modernidad. Como no tienen el carácter de oponerse a las políticas que destruyen lo que se construyó con sangre y sacrificio, se acomodan a ellas y se aprovechan, en perjuicio de sus electores. No hay ideales supremos que orienten hacia un nuevo país, con desarrollo y prosperidad; sin problemas sociales; con la necesaria paz y convivencia.
Nuestros políticos se limitan a proponer leyes intrascendentes, como leyes de honores, reducción del valor de la gasolina, reivindicaciones pobres de algunos sectores de la sociedad, reformas paupérrimas en salud y educación para seguir igual. Ninguno se atreve a proponer una ley de defensa de los recursos naturales contra los depredadores internacionales; ninguno propone una economía nacional que valorice lo que tenemos; ninguno propone un país autónomo con desarrollo propio sin imposiciones internacionales; ninguno propone integrarnos a la economía latinoamericana; ninguno propone resolver radicalmente el problema social.
Los partidos tradicionales han fracasado estruendosamente en Colombia: En sus ciento cincuenta años de existencia no han sido capaces de resolver el grave problema social que nos hace un país de tragedias. Sin embargo, ninguno de nuestros políticos ha propuesto una alternativa y, al paso que vamos, los arrollarán los acontecimientos, porque el problema crece y de alguna manera tiene que resolverse.
Sí. Hay mucha diferencia entre los viejos próceres y los nuevos políticos.
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