domingo, 28 de agosto de 2011

Campanazo en el Campanario


Definitivamente llegamos al laberinto de los trámites. A la burocracia española, le hemos agregado la burocracia gringa y ya tenemos un coctel de corte medieval,  próximo al oscurantismo.

La burocracia española es complicada y testamentaria; la gringa es rígida e impersonal; de suerte que para cualquier trámite ciudadano, ahora tenemos que afrontar largas cadenas de filtros humanos que no resuelven nada y si estamos a las puertas de llegar ante quien toma las decisiones, nos remiten al Internet que es rígido y no admite réplica.

Me sucedió en el Centro Comercial Campanario.

Llegué con el propósito de obtener un permiso para instalar una mesa donde exhibir mis libros, en una de sus áreas comunes,  durante tres días de realización del Festival Gastronómico, cuando llegan los turistas.

Me recibió un vigilante que, además de mirar potenciales rateros, tiene la misión de recepcionista. Le solicité hablar con alguien de la administración.
-¿A quién necesita?
-No conozco a nadie en particular. Quiero hablar con alguien de la administración.
-¿De parte de quién?
-De parte mía, de Víctor López.
Cogió el teléfono interno y me pasó a una dama.
-¿Qué se le ofrece?
-Quiero hablar con alguien de administración.
-Y, ¿de qué se trata?
-Excuse, pero me gustaría hablar en forma personal.
-Ya le mando a un promotor.
Bajó el promotor.
-Señor, lo que quiero es ver la posibilidad de que el Centro Comercial me facilite un espacio para la exhibición de mis libros…
-¡Ah! Eso es con Paola. Sígame.
Llegué donde Paola, encantadora ella como todas las italianas. Después de echar el mismo cuento, Paola me pidió un correo electrónico donde me haría llegar la oferta.
La propuesta, en bello formato PDF, me llegó esquemática sin ninguna alternativa personal como, “acérquese a nuestra oficina para ampliar detalles”, y me sentí importante porque el Centro Comercial Campanario me atribuye un volumen de ventas de libros próximo al de García Márquez. Me cobraron como si fuera un comerciante emergente.
Después solté una risa escandalosa porque, haciendo cuentas, si llegara a vender veinte libros a quince mil pesos cada uno (mi máxima aspiración entre los visitantes, porque los payaneses no compran) quedaría en deuda con el Centro Comercial, de manera que sería mucho más económico pararme a la entrada de Campanario y regalar esos mismos veinte libros para evitar las deudas que me aterran.

La burocracia gringa es efectiva porque impide hablar con la gerente quien, en últimas, decide y para plantearle humanamente que los escritores, que no tenemos conexiones políticas, estamos sujetos a la comprensión de personas que nos puedan apoyar en la difusión.

Después de lo sucedido, cobra vida una propuesta que planteamos con el escritor y amigo Hernán Bonilla Herrera: Contratar unas bellas patinadoras para que vendan nuestros libros en los semáforos. Así todos ganan, los escritores ganamos en difusión, la ciudadanía gana en espectáculo, paisaje y belleza, pero las señoritas se llevan las utilidades. ¡Qué mejor!  

sábado, 27 de agosto de 2011

Teatro dramático callejero


Hay en Popayán, Colombia, un señor que tiene por costumbre representar una dramática tragedia familiar para obtener la conmiseración y, de paso, unas limosnas de los incautos.
Su último cuento es que su señora madre ha muerto y no tiene con qué enterrarla. Es tan desgarradora su exposición, que muy pocas señoras se resisten a la falsedad y de inmediato extienden su aporte que comienza con cinco mil pesos y puede llegar a los diez mil.
Ayer no más, tenía agarrada a una señora, que seguro no era de por aquí,  y cuando estaba a punto de ablande, apareció Talego Ramírez para tratar de salvarla. Talego le hizo señas a la señora de todas las formas para que no le creyera al avispado, pero finalmente ganó el bribón: la señora extendió un billete de cinco mil pesos.
Se acercó, Talego, a la señora asaltada en su buena fe y le increpó:
-¿Señora, no se dio cuenta que yo le hacía señas para que no le diera plata a ese señor, que es un mentiroso?
-Pues yo sí me di cuenta, pero no le hice caso porque como aquí en Popayán hay mucho loco…

sábado, 20 de agosto de 2011

De próceres y políticos


Hoy, después de ver las actuaciones de nuestros representantes y senadores, nos invade la nostalgia por los políticos del siglo XIX.

A mediados de mil ochocientos teníamos verdaderos luchadores por grandes ideales. Estaban construyendo una república y, con errores y aciertos, lo lograron. En ese ideal supremo participaron José Hilario López, José María Obando y Tomás Cipriano de Mosquera, quien al final consolidó lo que hoy es la República de Colombia. Fueron políticos y militares que le apuntaban a la grandeza de su nación en crecimiento.

Hoy nos invade la tristeza por la diferencia de valor entre un siglo y otro.

Nuestros políticos del presente se dejan arrinconar por las nuevas tendencias y, como los camaleones, se acomodan a las circunstancias, sobre nadan en medio de todas las opresiones como signo de modernidad. Como no tienen el carácter de oponerse a las políticas que destruyen lo que se construyó con sangre y sacrificio, se acomodan a ellas y se aprovechan, en perjuicio de sus electores. No hay ideales supremos que orienten hacia un nuevo país, con desarrollo y prosperidad; sin problemas sociales; con la necesaria paz y convivencia.

Nuestros políticos se limitan a proponer leyes intrascendentes,  como leyes de honores, reducción del valor de la gasolina, reivindicaciones pobres de algunos sectores de la sociedad, reformas paupérrimas en salud y educación para seguir igual. Ninguno se atreve a proponer una ley de defensa de los recursos naturales contra los depredadores internacionales; ninguno propone una economía nacional que valorice lo que tenemos; ninguno propone un país autónomo con desarrollo propio sin imposiciones internacionales; ninguno propone integrarnos a la economía latinoamericana; ninguno propone resolver radicalmente el problema social.

Los partidos tradicionales han fracasado estruendosamente en Colombia: En sus ciento cincuenta años de existencia no han sido capaces de resolver el grave problema social que nos hace un país de tragedias. Sin embargo, ninguno de nuestros políticos ha propuesto una alternativa y, al paso que vamos, los arrollarán los acontecimientos, porque el problema crece y de alguna manera tiene que resolverse.

Sí. Hay mucha diferencia entre los viejos próceres y los nuevos políticos.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Cordial regaño a los periodistas

El pasado 22 de julio de 2011 se realizó el acto de presentación del libro Un grito de silencio en el Auditorio Bicentenario del Colegio Mayor del Cauca. En ese evento cultural se le quiso hacer un homenaje al periodismo caucano, comenzando porque los presentadores de la obra literaria eran Hemberth Javith Paz Gómez y Luis Arévalo Cerón, reconocidos en todos los medios de prensa como periodistas de trayectoria.

En las disertaciones se hizo un recuento histórico, necesario, de estas dos personalidades. El recorrido nacional de Hemberth Javith Paz Gómez, que lo hizo merecedor del premio A la vida y obra de un periodista, y la trayectoria impecable de Luis Arévalo Cerón quien, con sus programas insignia que ya sobrepasan los 40 años de difusión, Inquietud ciudadana y Gente con calidad humana, los 46 años continuos de realización de la Maratón infantil de verano, ya tiene ganado un sitial para los periodistas emprendedores con sentido social.

Lo triste del asunto fue la ausencia de periodistas al acto cultural. Sólo asistió uno, de todos los invitados. De manera que se cumplió con el título del libro cuando se propuso que los periodistas le hicieran un homenaje de reconocimiento a Luis Arévalo Cerón por todas sus ejecutorias, ya que nuestras autoridades civiles son ciegas a estas realizaciones:

Fue un grito de silencio.

Tal parece que hay escasa solidaridad de gremio; y peor aún, indiferencia total por los acontecimientos propios; tal parece que nuestros periodistas quieren ignorar conscientemente la cultura, entendida como el alma que soporta a un pueblo.

Al paso que vamos, a nuestros periodistas les va a pasar lo mismo que a esas familias de abolengo: sólo se unen compungidos en los velorios.

domingo, 7 de agosto de 2011

Sorpresas que dan los años

Cocorote,  le decían, no sé por qué, si tiene un nombre muy sonoro: Rodrigo Idrobo. Es amigo de la primera infancia, desde cuando nos instruían los Hermanos Maristas en la escuela de San Camilo. Se perdió, el Cocorote, por cerca de veinte años; tiempo durante el cual, llegué a bachiller, me hice militar por obligación, terminé una carrera promisoria como es la Ingeniería Electrónica y las Telecomunicaciones; ingresé a Telecom, la primera empresa del país, como jefe técnico del departamento del Cauca. Bajo mi dirección estaban los técnicos y operadores.

En la primera semana de ingreso a Telecom, visité a Piendamó, un municipio encordillerado, estratégico para expandir las telecomunicaciones de entonces y para presentarme como nuevo jefe. Me recibió el administrador de la oficina en el primer piso y, ante sus ocupaciones, decidí recorrer, solo, el segundo piso donde se encontraban las áreas técnicas y operativas. Fue allí donde volví a reencontrarme con Cocorote.

Estaba operando la máquina télex. Cuando me vio, dudó un poco, pero sin pararse me saludó:

-¡Hola, viejo man! ¿Qué te trae por aquí?
-Pues, estoy conociendo la oficina...
-¡Cuánto gusto me da verte después de tantos años!
-Gracias. A mi también. Veo que has progresado.

Se levantó de la silla, después de enviar el mensaje telegráfico que tenía en turno.

-No me puedo quejar. Aquí se trabaja sabroso, sin que nadie lo moleste. Pero parece que la cosa va a cambiar.
-¿Y por qué va a cambiar?
-Porque han nombrado a un ingeniero como jefe de nosotros y los de Popayán me dicen que es jodido.
-¿Jodido? ¿Cómo así?
-Pues, que no deja pasar una y está encima del trabajo.
-¿Y eso, no es bueno?
-¡Que va! Nosotros estamos acostumbrados a trabajar sin jefes, a volarnos cuando queremos, a llegar tarde, a mamar gallo. Eso sí, el trabajo no lo descuidamos. Pero no hablemos de eso porque al nuevo jefe, al ingenierito ese, le mediremos el aceite y ya veremos... Y vos viejo man, ¿qué estás haciendo ahora?
-Pues, cómo te parece que después de prestar el servicio militar, estudié y me gradué.
-¡Qué bien, viejo man! Te felicito. Ahora hay que estudiar para ser algo en la vida. ¿Y de qué te graduaste?

En ese momento hizo su ingreso el administrador de la oficina, Celso Enrique Salazar, y se dirigió a mí:

-¡Qué pena, ingeniero, que lo haya dejado solo! Pero veo que ya está conociendo al personal.
-Sí. A Rodrigo lo conozco muy bien desde hace mucho tiempo y, como buenos amigos, vamos a trabajar en armonía. De eso estoy seguro.

Rodrigo, mejor dicho, Cocorote, había adoptado una palidez de sorpresa que me encargué de atenuarla:

-Como ya está próximo el almuerzo, los invito a la tienda de enfrente a tomarnos, como aperitivo, un par de cervezas para celebrar este encuentro.

-Gracias, ingeniero –dijeron en coro Celso y Cocorote–.

sábado, 6 de agosto de 2011

Periodistas de aquí y de allá

Palabras pronunciadas por el autor, con ocasión de la presentación del libro Un grito de silencio el pasado 22 de julio de 2011, en el auditorio Bicentenario de la I. U. Colegio Mayor del Cauca:

Siempre he sostenido que los periodistas son los historiadores del futuro. En Colombia es una labor de titanes. Cuando el periodista muestra la verdad escueta, es sospechoso; cuando el periodista se atreve a opinar, es peligroso. El periodismo, en nuestro país, es una profesión de alto riesgo; son, por eso, admirables los periodistas que contra todo peligro siguen historiando el presente. Hoy no se nota la trascendencia de su misión. En un mundo que se informa espontáneamente, que está al día en los acontecimientos, no percibe que detrás de ese caudal de información hay un sin número de periodistas trabajando. La noticia es visible, los periodistas no. De ahí que se atrevan a calificar a la actividad periodística, los mismos periodistas, como una profesión ingrata.

Y la profesión es ingrata por donde la miren.

Un periodista de altos kilates, por la plata que gana, es un periodista que se ha colocado en la orilla de los poderosos o hace parte de ella. Este periodista dice su verdad y tergiversa la realidad. Sacrifica la objetividad para mantener su posición, que es la misma de sus patrones. Tiene garantizado el éxito en términos que él mismo defiende. Sin embargo, también conlleva un alto riesgo a su integridad en un país que elude la confrontación dialéctica y se inclina por la agresión personal como método para resolver las diferencias de pensamiento. El peor castigo que lo abruma, es ser infiel con la verdad y por eso nunca será recordado.
Por el contrario, un periodista llamado independiente jamás alcanzará los ingresos de uno de kilates y por resistirse a la hipoteca de sus ideas, será marginado, señalado, juzgado y condenado sin fórmula de juicio. Los obituarios tienen extensos registros de estos periodistas, pero también la historia los seguirá exhibiendo como hombres excepcionales.

Todos los periodistas son dignos de admiración, estén en la orilla que estén. Que haya acuerdos o desacuerdos con ellos, de todas formas son los profesionales que diariamente nos recuerdan la aventura de vivir y la posibilidad cierta de claudicar definitivamente.