En el mundo de la literatura, el presente que vivimos es de encrucijada. Se han agotado los lectores y podríamos decir que también la buena literatura. Ahora se llama literatura a unos libros de superación personal que exaltan el egoísmo y la envidia. Fomentan hasta el culto al delincuente, al cínico, al criminal que todo lo resuelve con dinero y con violencia. Basta repasar las carteleras de los llamados “Best sellers” para confirmar lo dicho. Los libros más leídos son los narradores de violencias o los pseudo religiosos escritos por filósofos del consejo fácil. Ya no se lee a los clásicos de la literatura universal, ya no se lee a los filósofos de verdades profundas.
Veamos un simple ejemplo.
Hoy, con excepción de unos pocos académicos, nadie sabe cuáles son los tres principios de la racionalidad. Los expuso Kant en el siglo XIX y siguen vigentes. Ellos son: Pensar por sí mismo, ponerse en el lugar del otro y ser consecuente. Un breve esbozo de cada uno, nos da a entender su vigencia y cuán equivocados están los nuevos señores de la luz, encumbrados por la falsedad del mercado.
Pensar por sí mismo, es usar nuestro cerebro para racionalizar lo que se aprende y no aceptarlo, como cierto, porque lo dicen los mayores, los gobernantes y los clérigos. Quien piensa por sí mismo tiene respuestas y crea teorías, así sean utópicas.
Ponerse en el lugar del otro, es sencillo: es otorgarle la razón al que la tiene aunque riña con la nuestra. El otro está en una situación distinta a la nuestra y tiene otra visión de la misma verdad.
Ser consecuente, es obrar como se piensa. Ahora se dice coherente y está bien, encierra una forma de obrar según su pensar; no cabe la traición a sus ideales.
Este es un simple ejemplo de lo que se nos ha olvidado; podríamos también referirnos a Descartes y su “Discurso del método”, que contiene cuatro simples reglas para afrontar un problema complejo, pero lo dejamos al quehacer de su curiosidad.
De todas maneras la literatura, como la historia, sólo se acabará cuando no haya seres humanos sobre la faz de la tierra.
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