En épocas pretéritas de Colombia –recientemente pretéritas- un ciudadano decidió embarcarse para el extranjero con familia y todo, incluido el labrador mascota.
El agente de inmigración lo interrogó sospechoso:
-¿El señor no está contento en nuestro país?-.
-No me puedo quejar-.
-¿No está contento con la salud que aquí se da?-.
-No me puedo quejar-.
-¿No le parece buena la educación para sus hijos?-.
-No me puedo quejar-.
-Entonces, ¿por qué diablos se va para Suecia?-.
-Porque allá sí me puedo quejar, y me escuchan-.
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