El 25 de julio de 2008, cuando hice el lanzamiento de mi segundo libro, Lugares comunes a lo patojo, con envanecido orgullo puse en manos de mi mamá, adornada con la venerable edad de 87 años a cuestas, un ejemplar. Ella lo vio, lo movió como pesando sus trescientas diez páginas y preguntó:
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