martes, 9 de junio de 2009

Rafael Maya

Rafael Maya, la tristeza en la poesía

Oye, seremos tristes, dulce señora mía.

Nadie sabrá el secreto de esta suave tristeza.

Así empieza un poema de Rafael Maya donde se hace el interrogante afirmativo, ¿Seremos tristes? Nuestro bardo, apologista de la tristeza humana, nació en Popayán un día de marzo de 1897. Hijo de Tomás Maya de reconocidos méritos como hombre de letras y pedagogo, fue esencia y poesía desde su infancia; orientado en la nostalgia y amado como al único por su madre, doña Laura Ramírez. Antes de ingresar a la Universidad del Cauca, para finalizar sus estudios secundarios en 1914, había transitado por los primeros saberes con los sacerdotes lazaristas en el seminario menor; disciplina católica que no abandonaría ni en su poesía más íntima.

Un intrascendente concurso literario promovido para realzar la gloria de los próceres payaneses, en 1916, permitió a Rafael Maya destacarse como un poeta de expectativas prometedoras; a partir de sus siete sonetos llamados Mártires, ya no sería desconocido en esta tierra; había alcanzado el primer premio. Un año después publicaba sus primeros versos en la revista Liras Hermanas, fue lo último que hizo en su apacible Popayán antes de emigrar definitivamente a la fría Bogotá, con apenas veinte años de edad.

En la Universidad Nacional conoció los intrincados procesos del Derecho y también los amigos que incrementarían el conocimiento humanístico, entre quienes estaban Augusto Ramírez Moreno y Germán Arciniegas, escritores de alto vuelo político. Otro payanés, Miguel Santiago Valencia, por los años de 1920, fundó la revista Cromos y la tertulia anexa, donde concurrían Rafael Maya y los eméritos poetas Miguel Rasch Isla, Eduardo Castillo y León de Greiff, junto a los intelectuales de la época, Roberto Liévano, Armando Solano, Luis Eduardo Nieto Caballero y José Umaña Bernal. Fue el paso precedente para fundar el grupo de “Los Nuevos” en 1925, aumentado con la presencia de Juan Lozano y Lozano, Jorge Zalamea, Luís Tejada, Alberto Lleras Camargo y Luís Vidales. La comunicación de afinidades con estos personajes, le permitió a Rafael Maya, además de la decantación de su poesía, vincularse a la administración pública y ser protagonista de una parte del devenir nacional.

Sin embargo la nostalgia, sembrada por su madre, lo obligaría a la añoranza de su lejana tierra y evoca con sumun de tristeza,

La casa paterna

Viejo ciprés que en el solar aún medra

dando asilo a los pájaros cantores.

Junto al alto brocal nacen las flores

y hay una cruz que a la tormenta arredra.

Una vara juncal guía la hiedra

a través de los anchos corredores

y enlazando los arcos vencedores

muestra sus armas el blasón de piedra.

Entre paños ilustres sillares

prolongan el pasado, sobre el muro,

los antiguos espejos familiares.

Y en un rincón, desde la tela incierta,

ceñido el manto de crespón oscuro,

asoma el rostro de la madre muerta.

Los años que se juntan entre 1925 y 1936, son de una productiva actividad cultural que empezó con la publicación de La vida en la sombra, Coros de mediodía, Después del silencio y culminó con las primeras estrofas en linotipo de los llamados “Piedracelistas” que “se caracterizaron por su idealismo y su mundo poético neorromántico y barroco, en donde con insistencia aparecía el amor, la naturaleza, el cielo poblado de estrellas, el mar, las olas, las algas marinas y la hermosura y armonía de una poesía musical engastada en bellas formas”.

El año de 1940, lo sorprende reemplazando a Antonio Gómez Restrepo como catedrático de literatura colombiana en el Colegio Mayor del Rosario, de fuerte tradición académica. Fue en esa década, hasta 1950, que alcanzó grandes honores, distinciones y cargos, cuando fue condecorado, ocupó una curul en el Congreso, fue exaltado como miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua y le alcanzó el tiempo para casarse con doña Nelly Gallego Norris, en 1946. También de esta etapa son sus poéticos libros Final de romances y otras canciones, y Tiempo de luz. Aquí aparece la más honda tristeza como lo expresa su poema

SEREMOS TRISTES


Oye, seremos tristes, dulce señora mía.

Nadie sabrá el secreto de esta suave tristeza.

Tristes como ese valle que a oscurecerse empieza,

tristes como el crepúsculo de una estación tardía.


Tendrá nuestra tristeza un poco de ufanía no más,

como ese leve carmín de tu belleza,

y juntos lloraremos, sin lágrimas,

la alteza de sueños que matamos estérilmente un día.


Oye, seremos tristes, con la tristeza vaga de los parques lejanos,

de las muertas ciudades, de los puertos nocturnos cuyo faro se apaga.


Y así, bajo el otoño, tranquilamente unidos,

tú vivirás de nuevo tus viejas vanidades

y yo la gloria póstuma de mis triunfos perdidos.

Cuando Colombia sufre los rigores de la dictadura, Rafael Maya, fiel a su vocación artística, actúa en pro de la difusión literaria: ocupa la dirección de la Radiodifusora Nacional de Colombia, en 1951; es decano de la facultad de filosofía y letras de la Universidad Nacional, en 1953; y emprende su primer viaje a Europa, comisionado por ella, para asistir a la conmemoración del séptimo centenario de la Universidad de Salamanca; escribió y publicó Navegación nocturna en 1955. Finaliza este periodo fructífero como delegado permanente ante la Unesco, en Paris.

Paralelo con sus cargos y responsabilidades de funcionario, escribe sin pausa, y aparecen sus libros de poesía, cada vez más sombría por la cercana presencia del final de la vida, La tierra poseída, El retablo del sacrificio y de la gloria y El tiempo recobrado. En prosa destacan sus producciones: El rincón de las imágenes, Alabanzas del hombre y de la tierra, Los orígenes del modernismo en Colombia, De perfil y de frente, Escritos literarios y Letras y letrados.

Sólo fue posible culminar su obra con el inexorable descanso eterno que ocurrió el 22 de julio de 1980 en Bogotá. Como un anticipo premonitorio, Rafael Maya había escrito estos versos tristes que bien pudieron acompañarlo en su último instante:

Todo pasó como la breve sombra

de un ave que atraviesa el firmamento.

Pasó la eternidad en un momento,

y el recuerdo traidor ya no te nombra.

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