Popayán es tierra fértil para los apodos. En las calles tropezamos con “Bombillo flojo”, el mismo que fue nombrado gobernador y ni así dejó de parpadear; con “Santolavao”, que no es blanco de piel sino descolorido, como caratejo terminal; con “Carisucio”, que le dicen así no porque tenga la cara sin bañar sino porque de tanto lavarla se despercudió por partes.
A cierto ciudadano, por ser menso al extremo, no le pusieron el continente sino el contenido playero, en diminutivo, como apodo: “Aguecoquito”. Este, viajó a Estados Unidos por accidente para no perder unos pasajes de realización que habían adquirido unos primos. Estuvo tres meses, lo de ley, y regresó hecho un gringo mal diseñado.
En Popayán, tomó un taxi para recorrer la ciudad, como turista, y cuando pasaba por el parque Caldas se le ocurrió preguntar al taxista, señalando hacia la esquina sur:
-¡Oh! ¿Eso qué ser, tan bonito?
-Esa es la torre del reloj, “Aguecoquito”.
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