Doña Estereopinta acababa de cumplir con el sacramento
de la confirmación para poder casarse como la iglesia católica manda.
Su marido
de siempre, por las vías naturales, y futuro esposo por las artes eclesiásticas,
deambulaba en Bogotá consiguiendo recursos con sus primos políticos para el
casorio. Pero ya la fecha concertada para el acontecimiento estaba muy próxima,
y Mauro Miguel, el novio, no enviaba el giro para la compra del vestido de la
novia.
En plena desesperación por la tardanza, Estereopinta, redactó un
telegrama explícito a su marido que decía:
TENGO AL OBISPO ENCIMA Y YO DESNUDA PUNTO
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