Alguna vez un señor de singular inteligencia, dijo que
la caridad cristiana sirve para que esas personas, causantes de la pobreza
general, tengan un consuelo moral y una satisfacción que les enrede la pena de
su propia acusación.
Por estos tiempos de la información múltiple, vemos
cómo se han incrementado personas naturales y jurídicas que suplantan al Estado
en su obligación de implantar una equidad social y propiciar un bienestar en
sectores llamados “negados por la fortuna”.
Claro, el Estado se desinteresa de su obligación
social y la traslada a estos entes y personas a quienes les entrega una miseria
de apoyo que en contexto individual es una fortuna.
Vemos entonces que prolifera la caridad a la par que
la pobreza.
Los grandes magnates de este país, y empresas foráneas
multinacionales, crean fundaciones que al tiempo que les da prestigio social,
reciben del Estado generosas exenciones de impuestos. Una forma eficiente de
cuidar activos importantes con los impuestos de los colombianos. Pero el Estado
neoliberal entró en la onda de la caridad para paliar la pobreza y obtener
grandes réditos electorales: el llamado programa de familias en acción no es
otra cosa que la repartición de limosnas a un amplio sector de pobres que
adquieren la obligación de votar por sus verdugos. Esas limosnas nunca los van
a sacar de la pobreza pero sí aumentará el número de pobres y en consecuencia
el número de votantes. La última elección presidencial llegó a nueve millones.
Implantar una política de erradicación de la pobreza y
reconocimiento de derechos fundamentales, le sale muy costosa a nuestro Estado,
con el agravante de que los actuales políticos desaparecerían del escenario
donde los votos se cautivarían por ideas e imaginación, dos virtudes de las que
carecen, en contraposición con promesas incumplidas, mentiras reiteradas y
clientelas amarradas. Por eso nunca se aplicará una auténtica política social.
Seguiremos entonces practicando la caridad, como
instrumento ético para resolver un problema político.
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