Cada vez me convenzo más de que nuestro pueblo está
sumido en la brutalidad por su religión.
Siempre se invoca la existencia de Dios para alcanzar
un favor, obtener una limosna, reconocer las aptitudes… No se apela a la
fortaleza comunitaria para lograr la superación de las debilidades individuales.
Pero lo verdaderamente trágico es que se señala como
culpable de una situación adversa a quien no da limosna, ni otorga un favor, ni
reconoce aptitudes escondidas; cuando el verdadero culpable es el sistema
político que ha negado, al pueblo atrasado en su ignorancia, la posibilidad de
alcanzar un bienestar.
Es triste oír a una viejita en el puente largo
invocar:
Por favor, una limosnita.
Que Dios se lo pague y le dé salud.
Está apuntando a la conmiseración del individuo y de
paso ofreciendo una seguridad propiciada por la religión: si usted da limosna,
obtiene una satisfacción moral y un premio a esa acción, aunque no resuelva el
problema.
Bajo el capitalismo este problema de la pobreza nunca se va a resolver, porque es esencia del capitalismo que haya pocos ricos sostenidos por muchos pobres. Siempre que aparece un nuevo rico, también aparecen miles de pobres.
Como decía un pensador de por aquí cerca:
“En nuestra democracia tenemos
libertad para morirnos de hambre en cualquier parte y embrutecernos en
cualquier iglesia”.
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