Por
deferencia de unos amigos sindicalistas, fui invitado a participar en los
debates sobre la privatización de las telecomunicaciones en el año 1994, en el
hotel Intercontinental de Cali. Ahí comprobé la ventaja de ser un errante
turístico de este mundo.
En el
momento del almuerzo (tipo buffet), hacíamos fila ordenada para recoger los
manjares, según nuestro gusto. Cuando observé un gran racimo de pepitas grises
sobre un redondel de blanca cerámica, me hice el pendejo para quedarme al final
de la fila. Vi como los sindicalistas observaban el racimo y seguían de largo
sin interesarles y, tal vez por lo aguanosos, se asqueaban un poco. Junto a mí,
apareció otro compañero que también se hacía más pendejo que yo, quien a pesar
de cederle el puesto se quedaba detrás de mí. Comprendí, entonces, que iba con
la misma intención y llegamos a un acuerdo civilizado: nos repartiríamos las
pepitas por partes iguales. Los meseros se reían, cómplices del buen gusto.
Llegamos
a la mesa y los compañeros se extrañaron al ver que nosotros sólo tuviéramos,
como almuerzo, esas pepitas grises en buena cantidad y nada más.
-¡Ustedes
no cogieron nada! ¿Y eso qué es?
Nosotros,
como avezados comensales de cinco estrellas, agarramos los cubiertos y soltamos
la expresión que los dejó boquiabiertos:
-¡Esto,
es caviar!
No hay comentarios:
Publicar un comentario