El siguiente relato está contenido en el libro Disquisiciones en prosa y se refiere a dos hechos reales sucedidos en dos países diferentes.
Pepe se tragó una pepa
-Pepe, se tragó una pepa y se murió.
-¿Cómo así, misiá Obdulia?
-Pues sí, como lo oye. Usted sabe cómo son los niños cuando están chiquitos. Por más que se les dice que las pepas de café no se comen, pues pepe probó una pepa de café porque era dulce y se le resbaló por el gañote. Se atragantó, y por más que le di golpes en la espalda, no la sacó. Se le quedó adentro. Se le fue a los pulmones.
-Pero, misiá Obdulia, ¿no lo llevó al hospital?
-Pues claro que sí, pero usted sabe cómo es aquí. Primero lo llevé al Hospital Susana López y el médico que nos atendió dijo que eso no era nada, que me fuera para la casa, que él tenía pacientes que ya se iban a morir. Después lo llevé a la clínica La Estancia, pero allí ni nos recibieron que porque la EPS no tenía contrato o no había pagado o no sé qué diablos. Como el niño ya casi se ahogaba, lo llevé al Hospital San José, que queda allí al frente, y el médico que vio al niño me dijo que estaba muy grave, que era mejor llevarlo a Cali para una operación urgente. Y usted sabe lo pobre que soy. De dónde iba a pagar la ambulancia que costaba como quinientos mil pesos y la operación que valía no sé cuántos millones. Nosotros los pobres, lo único que tenemos seguro es morirnos en cualquier momento.
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-Ustedes tocan muy bien la música del Caribe.
-Gracias. Eso viene de herencia.
-No hay un lugar en esta isla donde no haya música bien tocada.
-Es porque aquí, ciudadano que se respete por lo menos es músico.
-Se nota que viven felices.
-Tenemos problemas, como todo el mundo, pero también tenemos lo esencial.
-La felicidad a la que me refiero, les permite ser amables con los turistas.
-Los turistas nos ayudan mucho, eso lo tenemos claro. En mi caso, no cambiaría esta tierra por otra, así me ofrecieran riquezas. Disfrutamos lo poco que tenemos y lo apreciamos.
-Usted y su grupo, ¿por qué tocan en estos restaurantes de Viñales?
-Chico, porque todo no te lo alcanza a dar el Estado. El Estado te da lo vital, lo accesorio lo tienes que conseguir tú. Tenemos necesidades de vestido y zapatos y otras cosas muy personales. Los turistas, con sus propinas, nos ayudan a cubrir esos gastos y además disfrutamos dándoles a conocer nuestra música. En realidad, no es un trabajo.
-En mi país, músicos como ustedes estarían llenos de plata.
-Es posible que sí, pero también se habría muerto mi hija.
-¿Cómo así? ¿Qué le pasó a su hija?
-¿Mi hija? Nació con un problema grave de salud. Los médicos decían que era una cardiopatía congénita que requería de una operación muy complicada, que aquí no se podía hacer. El caso es que tenía seis años y detectaron que el corazón crecía normal, de acuerdo con su edad, pero la cavidad cardíaca no. Podría morir a los ocho o diez años si el corazón no tenía hacia dónde expandirse. ¿Te imaginas, chico, mi desesperación?
-¡Me imagino! Bueno, ¿y qué pasó?
-Pues, que el Estado se ocupó del caso. Fletó un avión hospital desde Checoeslovaquia, lo trajo aquí y me operaron a la niña.
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-Lo siento mucho, misiá Obdulia. Lamento que su hijo haya muerto cuando podría haberse salvado.
-Así me dicen todos. Si hasta reclaman, con rabia, que el primer doctor debió haber mandado a mi niño a eso que llaman cuidados intensivos, pero usted sabe cómo son los médicos aquí, tienen que verlo chorriando sangre para que se den cuenta de que es grave.
-Eso es cierto, misiá Obdulia, pero qué le vamos a hacer. Así son las cosas en este país del Sagrado Corazón de Jesús.
-Por ahí unos vecinos y unos abogados me aconsejan que ponga una demanda y yo les digo que ya para qué. La demanda no me va a devolver a mi muchacho.
-Tiene razón, misiá Obdulia, los abogados lo hacen por ganar plata, para eso sí sirven. ¿Dónde está el niño, misiá Obdulia?
-Allí, en seguida, en la piecita de al lado, en el ataúd blanco como se acostumbra con los angelitos. Vaya véalo, tan bonito que quedó.
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-Me alegra mucho que su hija se haya salvado.
-Gracias, chico. Sé que lo dices de corazón.
-Me impresiona, porque esa operación debió costar una fortuna.
-¡Imagínate tú! Traer un avión hospital con médicos especialistas desde tan lejos, eso sólo lo puede hacer el Estado. Por eso vivo feliz aquí y me quedo aquí. Con absoluta seguridad te digo que estamos protegidos de todo lo que atente contra la vida, lo único verdaderamente valioso que poseemos. No tenemos lujos, pero tenemos una vida intensa.
-Bueno, ¿y su hija dónde está ahora?
-Anda, chico, mira para allá. La niña de trenzas largas que está jugando con los otros niños en la cancha de béisbol, es mi hija. Acabó de cumplir once años.