La Academia es necesaria, algunos académicos sobran.
Por accidente presencié un debate en la televisión
universitaria cuyo eje temático partía de una pregunta: ¿Por qué nos matamos?
Se trataba de analizar la violencia en sus causas y en
el sistema político que vivimos.
El médico Luis Fernando Duque Ramírez, exponía las
conclusiones de un estudio hecho por la Universidad de Antioquia para esa
región y la antropóloga Clara Inés Aramburo, trataba de interpretar las
recomendaciones de esa investigación. En el estudio se identificaban dos
causales importantes que influían en el comportamiento violento: La crianza
(influida por la madre en la sociedad antioqueña) y la percepción de inequidad.
Intervienen otros factores, según la encuesta de la
investigación, para germinar la violencia, como la cultura de la legalidad y la
cultura de la ilegalidad; la primera, como formación de crianza y la segunda,
como resultado de la percepción de inequidad.
También influye mucho la educación de los padres. Si
los padres tienen buena educación, es muy posible que sus hijos no sean
violentos.
A partir de aquí, y sin ser absolutos en las causas,
por cuanto influyen otras en menor grado, los académicos elaboraron programas para
poner en práctica políticas de prevención de la violencia en el contexto que
vivimos; sin embargo esos programas nunca fueron importantes para los
mandatarios, en especial los de Antioquia, donde se hizo el estudio.
Sabemos entonces (inferencia nuestra) que la política
está divorciada del conocimiento de la Universidad. Si los intelectuales toman
su tiempo para investigar y acercarse a la verdad, en nuestro medio ese fue tiempo perdido. Nuestro sistema político es mezquino y se comprueba una vez
más que la violencia es su combustible.
Como en los momentos trascendentales de la Humanidad: Se
hace necesario destruir lo hecho para construir un destino diferente y mejor.
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