Dicen que para alcanzar la celebridad hay que ser
agresivo.
Quienes escribimos estamos sujetos a un reconocimiento
público, porque al fin de cuentas escribimos para él, y esto es como un drama,
en dilema, para quienes queremos seguir siendo anónimos: deseamos que el
público nos lea, pero también procuramos permanecer alejados de la multitud.
Por eso, quizá, he pretendido que se conozca la obra por encima del autor, pero
llego a la misma conclusión: La obra es inherente al autor. De ahí que el
público busca al libro y al autor; cuando encuentra una buena propuesta se
remite al escritor y, si es desconocido, el texto rebaja en interés; cuando el
autor es visible, entonces lo escrito adquiere validez, sin ser, tal vez, de
buen prospecto.
Por todo lo
anterior me lancé, diría que en caída libre, a la difusión virtual a través del
portal www.autoreseditores.com, donde
está expuesto el libro de cuentos Un grito de
silencio, con otra presentación. Arriesgué mi fisonomía, exagerada, en
caricatura porque las buenas fotografías no ocultan nada. Además le tengo pavor
a las fotografías, porque poso de fotogénico lo que quiere decir que en la realidad
soy peor, y no me gusta engañar.
Sé que hace falta más riesgo para ser conocido; en mi
caso el atrevimiento al que me expongo es uno: escribir. Sería incapaz de ser
vedette. Para eso están el presidente y los artistas del semáforo.