miércoles, 5 de junio de 2013

Todo pasa por la política


Si me atrevo a hacer este comentario es porque nos han cambiado los roles: donde antes había autoridad, ahora hay agresividad; donde antes había respeto, ahora excede la altanería; donde antes había cultura, ahora campea la ignorancia.

El Estado desvió su condición de conductor de asociados para ser un ente propiciador de esclavitud y violencia contra sus mismos asociados a favor de poderes económicos extranjeros y con la aquiescencia de los medios de comunicación. De aquí se deriva la ponderación por los héroes que matan, la exaltación de los éxitos económicos como los únicos dignos de registrar, la inutilidad de la cultura frente a la simpleza de la ignorancia.

Vemos en el arte, el cine, la televisión todos estos valores que chocan contra nuestra manera de ser y actuar. Pero son los niños quienes más rápido asimilan esta contra cultura y luego, cuando se estrellan con un Estado que los limita, cuando no los frustra, pasan a ser educadores de las nuevas generaciones.

Y aquí viene el educador actual, muy lejano de ese forjador de juventudes de tiempos idos. El educador que no se respeta así mismo y por lo mismo es irrespetado por sus alumnos; el educador que concibe su trabajo como un acto de sobrevivencia antes que una misión trascendental; el educador que se volvió una mercancía más, tasada por el Estado.

Y así obra.

Me tocó asistir a una ceremonia de grado de la Universidad Católica de Manizales, en Popayán, donde unos educadores recibían el título de posgrado en Educación Personalizada. Con unas tres excepciones, dignas de destacar, observé que los profesores iban pésimamente vestidos: en mangas de camisa y algunos con la camisa por fuera del pantalón, como si fueran a recibir un trofeo de cantina de pueblo. Quien fue el encargado de pronunciar el discurso, en representación de sus compañeros, en camisa folclórica, no sabía leer; y, por esto, aseguro que no sabía hablar. Y sin saber hablar no se orienta a unos jóvenes.

Si los institutores no le dan trascendencia a un posgrado, escalón superior en su conocimiento, es porque lo hacen por cumplir un requisito para ascender a la categoría catorce, nada más. Es muy seguro que no aplicarán lo aprendido y más seguro aún, que de inmediato olvidarán lo que la Universidad les entregó. Triste resultado de una educación que nos tiene postrados.

Para concluir, los tres educadores que tomaron en serio el acto universitario, de un grupo de quince (la mayoría no asistió) y las damas institutoras, que fueron todas elegantes, son personas excepcionales que aún conservan esa vocación de educar con el ejemplo. Esto nos reconforta porque, si se respetan así mismos, respetan a los demás que no son otros que sus alumnos, futuros ciudadanos de nuestro país.

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