La
risa es uno de los distintivos mayores del ser humano frente a los demás seres
vivos de la Naturaleza.
Los animales son expresivos pero no ríen. Los leones,
por ejemplo en los circos, pueden ver pasar a un suculento payaso y mantienen
esa expresión grave de comida sin gracia.
La
risa, provocada por el humor, es síntoma de buena salud y, de hecho, es también
la mejor terapia contra los decaimientos, las tristezas, la depresión y las enfermedades, cuando el remedio no
aparece en tabletas ni en inyecciones.
Sabemos
de médicos que curan haciendo reír; de abogados que apelan a las
contradicciones graciosas para convencer a los jueces y hasta los maridos, que
llegan tarde a casa, recurren al humor para justificar la tardanza. Como ese
señor que encontró a su esposa en mitad de la sala a las tres de la mañana y
antes de que dijera algo le recomendó:
-Mija,
no me pregunte de dónde vengo, porque le digo.
El
humor en nuestro medio se da silvestre y eso nos hace distintos frente a las
tragedias y los malos gobiernos. Si no fuera por el humor seríamos un pueblo
trascendentalmente aburrido.
Aquí,
en Popayán, se está perdiendo ese fino humor de que hacían gala los payaneses
que se fueron, y por eso nos dimos a la tarea de tratar de rescatarlo. Acaba de
salir a consideración del público el libro Venga,
le cuento que contiene historias viejas y nuevas con el humor propio de
nuestra gente y, ¡claro!, del suscrito. Este libro puede considerarse una
creación colectiva porque muchos episodios fueron contados en tertulias,
reuniones, velorios y entierros; otros, fueron acontecimientos reales sufridos
en este valle de pobres, por el autor y amigos cercanos. Había que dejar
constancia escrita para que nuestros nietos sepan que aquí nos reíamos de todo
y pocas cosas las tomábamos en serio, como por ejemplo las promesas del alcalde
y el gobernador. Las tomamos tan en serio que ya no sabemos cuáles fueron.
El
libro Venga, le cuento (Humor por
tandas) se puede adquirir en las librerías de la ciudad –las que aún quedan–
por quienes gozan del humor casual nuestro, el mismo que compite en este
volumen con el humor negro santafereño, el ingenuo pastuso y el intelectual
europeo.
A
quienes compren el libro les agradecemos su felicidad de aceptarlo; sería algo digno
de destacarse, como podría ser esa dama que hablaba diez idiomas y era incapaz
de decir “no” en ninguno.