Las buenas enseñanzas muchas veces surgen de quienes menos se espera. Tomemos el ejemplo de El Ecuador y el caso más concreto de una pequeña población, del tamaño de Timbío (Cauca, Colombia), que se llama Cotacachi. Fue una agradable sorpresa desviarse de la carretera Panamericana y penetrar a un sector rural que escondía a esta comunidad de trabajo y creación en el arte del tratamiento y la confección del cuero.
Desde el ingreso a Cotacachi se observa orden, limpieza, perfectas calles adoquinadas, actividad creativa y disposición para el trabajo. La breve ciudad posee unas vitrinas de lujo que exhiben sus trajes, chaquetas, abrigos, zapatos y aditamentos en cuero confeccionados con gusto soberbio, que surten al país y alcanzan para la exportación. Es un pueblo exento de violencia, libre de delincuencia, alejado de las prácticas corruptas y de toda esa maledicencia que detestamos en Colombia. Su progreso es evidente sin desbordarse; tiene todas las ventajas del mundo moderno; se pueden hacer todo tipo de transacciones bancarias, pagos con cualquier tarjeta y por Internet. Sus habitantes han alcanzado ese equilibrio entre la exacta producción y el tamaño de la ciudad que permite el control. No son excesivamente ambiciosos porque conocen sus limitaciones y sin embargo contribuyen al desarrollo de su país sin aspavientos. Podríamos asegurar que es un pueblo feliz porque tiene lo necesario para vivir con dignidad; tiene trabajo, estudio y recreación; tampoco le alcanza el tiempo para enfermarse porque, además de trabajar y recrearse, goza de una alimentación balanceada y constante.
¿Cómo un pueblo limitado llega a ese grado de satisfacción?
Aquí confluyen dos intereses nobles: la voluntad política del Estado ecuatoriano y el aprovechamiento de las virtudes de ese pueblo.
Los habitantes de Cotacachi fundaron su bienestar en la habilidad para procesar y confeccionar el cuero y hacia allá orientaron sus esfuerzos. El Estado los supo interpretar y establecieron un acuerdo inicial: Se decretó una exención de impuestos por cinco años para que la industria arrancara. El resultado está a la vista, se crearon centros de procesamiento del cuero, talleres de confección, cadenas de comercialización, difusión de la calidad y oficinas de exportación. Hoy, Cotacachi contribuye al Estado ecuatoriano, con creces, por esa pequeña amnistía tributaria que le valió su progreso. Nunca apareció un político intermediario y aprovechado, que hubiera dado al traste con ese propósito; simple y llanamente fue una acción estatal directa con su pueblo.
Una pequeña anécdota nos sirve, a los colombianos, para destacar la calidad de paraíso que es Cotacachi, el centro norteño del cuero ecuatoriano:
Cuando le preguntamos a un dependiente, de una lujosa tienda, si por allí podíamos trotar, sin peligro, para aflojar los músculos tensos por una larga conducción en vehículo, nos contestó:
Puede trotar por donde quiera. Aquí no hay rateros, todos trabajamos.
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