Pasado el tiempo de la reflexión, queda en el aire lo dicho por nuestros políticos de moda, en visita obligada de Semana Santa. En meditación religiosa expusieron sus buenas intenciones y sus propósitos de enmienda.
Ahora viene nuestra reflexión terrenal, alejada de todo propósito de alcanzar la salvación eterna.
Dijo uno de ellos, en su acostumbrado lenguaje de seminarista regañado, que ya es hora de que el departamento del Cauca emprenda obras trascendentales para su desarrollo. Citó como impostergables la ejecución de la carretera al mar, la pavimentación de la vía al Huila que nos acercaría a Bogotá, la construcción de la variante Timbío - El Estanquillo, la acometida de nuevas carreteras secundarias para desembotellar ricas e importantes regiones como el Macizo Colombiano, la Bota Caucana, el Naya, el Patía y el oriente turístico. En síntesis, hizo una radiografía de viejos anhelos que todos esperamos se vuelvan realidad antes de que nuestros nietos envejezcan. Habló de las regalías, que a partir del próximo año le tocarán al Cauca con una apropiación estimada en 400 mil millones de pesos anuales y asentó en esta cifra la esperanza de lograr el, hasta ahora, frustrado desarrollo.
Sin embargo algo va de Pedro a Pablo.
Es claro que nuestra clase política afirma su poder en la pobreza de sus gentes y en la ignorancia de sus electores. El desarrollo no deja de ser un espejismo electoral que se intensifica en víspera de elecciones. Es como prometer a un desempleado que esta vez sí va a trabajar; o a un pobre, que ya no tendrá necesidad de acudir a la caridad cristiana para sobrevivir; a un estudiante, que podrá entrar a la universidad únicamente con sus capacidades intelectuales. Es, en fin, el discurso centenario de buenas intenciones renovado cada vez que se acerca la contienda, por no decir la componenda, electoral. Pero el tal desarrollo no llega porque eso sería tanto como sepultar la actual clase política.
Si hay un departamento que necesita aprovechar sus recursos es el Cauca bajo la cobija de un Plan de Desarrollo, pero no creo que con un presupuesto de 400 mil millones alcance, si la corrupción está al acecho, si el despilfarro en medio del desorden se acrecentará; tampoco creo que a nuestros políticos les guste el orden de los proyectos cuando para ellos es fundamental el desorden administrativo que facilita la corrupción.
Un Estado ordenado, un Estado con planeación, sería el camino fácil para llegar al desarrollo; desarrollo concertado con los ciudadanos de conocimiento, de ideas, de emprendimiento y no sólo de buenas intenciones.
Imposible, por ahora, llegar allí.
Ya vemos cómo mientras los políticos van por un lado, defendiendo sus mezquinos intereses con el lenguaje de las promesas no cumplidas, los ciudadanos vamos por otro, con esfuerzos individuales (cuando deberían ser colectivos), propiciando un mejor futuro para nuestro país que será el mismo de nuestros hijos.