Es lo que ahora se llama un conversatorio y antes, una tertulia dirigida. El escenario es amplio pero acogedor; íntimo, sería el término donde la luz acude abundante a los personajes, cuatro damas jóvenes, con gafas de modelaje y un moderador no tan joven, pues hasta canas tiene, mientras al resto del auditorio lo rodea la penumbra. El público está presente en buen número pero es como si estuviera ausente para las damas prestas a conversar, que no ven más allá de su propia iluminación.
Empieza el moderador.
Díaz: Tenemos cuatro figuras representativas de la nueva narrativa colombiana… Me gustaría conocer sobre cómo elaboran los textos y de dónde surgen los personajes de sus cuentos.
Carolina 1: Escribo con humor. Siempre acudo a la ironía para que la lectura de mis textos sea placentera al lector.
Carolina 2: Para mi es fundamental el ritmo de las palabras, por eso escribo y leo en voz alta, para asegurarme de que el ritmo se mantiene.
Margarita: El mensaje tiene que ser claro. Los recursos del idioma para adornar los textos, son secundarios.
Melba: Utilizo mucho el misterio para que mis historias sean interesantes.
Carolina 1: Mis personajes no existen en la realidad, no se pueden encontrar en la vida real, son inventados.
Carolina 2: A veces utilizo la vida real como drama para crear a mis personajes. Mi experiencia en el teatro me permite inventar a partir de la realidad que desborda la imaginación.
Margarita: Mis historias pueden haber sucedido o no; los personajes pueden existir o no. De todas maneras soy algo mentirosa, como toda mujer.
Melba: Mis personajes trajinan por la vida y en penumbra.
Interviene el moderador:
Díaz: Me gustaría que conversaran entre ustedes para quitar ese ambiente académico y entrar en un ámbito informal.
Margarita: Pues, mijo, si de eso se trata yo creo que debería hablar sobre sus experiencias, Carolina.
Melba: Aquí la única que tiene aventuras para contar es Carolina.
Carolina 2: Por referencias, de amigos, estoy totalmente de acuerdo.
Todas volvieron las miradas a Carolina 1.
Carolina 1: ¡Ve éstas! Ahora yo soy la puta del paseo. Ustedes tienen historias escondidas que no les han contado ni a sus maridos ajenos.
Melba: No te pongás así; a nosotras nos gusta oírte contar tus andanzas.
Carolina 1: ¿Y por qué no contás las tuyas? ¡Vos me ganás a mí!
Carolina 2: Bueno, bueno. No discutamos cosas baladíes. Somos escritoras y nos debemos a buenas expresiones, al buen decir.
Carolina 1: ¡Ah! Ahora resulta que yo soy la vulgar del grupo. Vos, Carolina, no escribís madrazos pero los decís y suenan feo.
Margarita: ¡Por Dios! Estamos en un escenario público y se trata de dar a conocer nuestro pensamiento a través de las palabras que sabemos manejar. Propongo que empecemos en orden de antigüedad…
Carolina 1: Entonces empezá vos.
Margarita: ¡No te admito tus ofensas! Quería decir por antigüedad de publicaciones hechas.
Carolina 1: De todas maneras, empezá vos.
Margarita: Veo que usás la ironía para ofender. Escribí mejor sobre pañales deschables…
Díaz: ¡Señoritas! ¡Señoras! Por favor, reiniciemos el conversatorio como al principio. Retomo la moderación. Carolina: Explícanos un poco sobre tu experiencia en Estados Unidos.
Carolina 1: Fue una experiencia enriquecedora. Conocí el alma de los autores norteamericanos. De primera mano supe por qué surgieron tantos escritores en especial en los primeros cincuenta años del siglo veinte. Fue producto de una sociedad en auge.
Melba: Yo estuve en Barcelona y eso fue definitivo para orientar mis narraciones.
Carolina 2: Me la paso viajando entre Bogotá y Los Ángeles, y en ese itinerario siempre aparecen los personajes que discurren por mis cuentos.
Margarita: Ahora, mi lugar de trabajo es Bogotá y aquí encuentro el verdadero sentido de la comedia y la tragedia humana. Es imposible no escribir sobre lo que sucede a mi alrededor.
Díaz: Agradecemos a estas encantadoras damas su presencia en este acto y al público, muchas gracias por su participación.
Se encendieron las luces de todo el recinto. Vimos agruparse las damas, dejando de lado al moderador, usando gestos excesivos, ojos agrandados, anteojos caídos y palabras que ya no podíamos oír porque habían cerrado los micrófonos.
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