jueves, 15 de julio de 2010

Gusto corroncho.

Lo dicho: nos arrolló el mal gusto.
Creo que la peor combinación de gustos, uno por lo ramplón y el otro por lo desordenado, es el que se da entre el paisa y el costeño. Y ambos se nos vinieron encima como una avalancha de cascotes conceptuales para desvirtuar la idea primaria de ciudad para disfrutar.
Creíamos que nuestro parque Caldas, de Popayán, iba a ser la confluencia entre plaza y parque, destinado para caminarlo por la plaza adoquinada y libre, y recrearlo bajo las araucarias. Según los postulados corronchos –uno de ellos andar veringo a pleno sol–, unidos al rebusque paisa, ahora tenemos un parque Caldas propicio para los mercados persas y la desidia sin arte.
Los vendedores de baratijas podrán usar los postes de la plaza adoquinada para colgar los avisos de gangas del “Hueco” de Medellín; los corronchos que mandan a trabajar –porque aquí no vienen turistas costeños–, ya pueden dormir al sol sobre las groseras nuevas bancas de la plaza, en franca competencia con nuestros desplazados y orates que nos inundan. ¡Qué tristeza! La ciudad culta perdió su orientación frente al poder de Fonade –inmensa colonia costeña– y frente al ejecutivo agonizante que sólo sabe de pesebreras, mulas y bestias.    
En otro comentario había expresado que Popayán es una ciudad sin postes, que la hace bella y única; pues bien, los corronchos no advirtieron esta característica y colocaron postes con luminarias tirándose el concepto de plaza despejada. Hay muchas formas técnicas para iluminar una plaza sin utilizar postes, sólo que los contratistas hicieron la más fácil y tosca. Ahora, si los turistas quieren tomar una foto de la catedral, de la gobernación o la alcaldía, tiene que cederle el primer plano a los postes. ¡Qué avance tan berraco!

Nos acaban de minimizar nuestra plaza con el estorbo de playeras para dorarse al sol –como si estuviéramos frente al mar–, porque no creo que esas bancas las vayan a utilizar los turistas y los payaneses; estos son de otra estirpe y prefieren utilizar las que están amparadas por los árboles, las que están dentro del parque, a la sombra. Si usted ve, en el futuro, un individuo que está sentado –estirado– en una de las bancas de la plaza adoquinada, es porque viene de la arenosa o tiene escalofrío. Se necesita ser demasiado desocupado, desplazado o costeño para sentarse en la banca playera a tostarse bajo el sol.
Estas susodichas bancas estorban para caminar libremente, para intentar exposiciones móviles de pintura, de artesanías, de libros y de espectáculos artísticos. En esto no pensaron los arquitectos curramberos porque, como ellos tienen el mar que les impide ejercer esta facultad, no saben del descanso con recreación activa, del solaz con creación artística. Sólo saben de pereza con ron.
Las influencias malas cunden, y ahora –después de la arremetida corroncho paisa– parecen de los mismos especímenes nuestros transportadores, incrustados en el Concejo Municipal, nuestros comerciantes –que todavía creen que uno va a comprar con la bodega incorporada a un vehículo–, nuestros burócratas –que son más haraganes que dos corronchos recién posesionados–, que claman para los vehículos el uso de las calles del parque Caldas. 
¡La plaza Caldas debe ser totalmente peatonal!
Uno de los pocos espacios ganados por el peatón quiere ser sacrificado a favor del negocio –al modelo paisa– y la desidia –al estilo corroncho–.
¿Y el alcalde? Debe estar en perenne movimiento como viajero infatigable de la Federación de Municipios, mientras nuestra ciudad declina en el buen gusto.

Bien dicen que los defectos se aprenden, las virtudes se olvidan.

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