Carlos López Narváez
Carlos López Narváez junto a Rafael Maya, inició esa generación luminosa de poetas nacionales de la cual hicieron parte, Eduardo Carranza, Arturo Camacho Ramírez, Jorge Rojas y otros. Nació en Popayán en 1897, hijo de un telegrafista y de una dama de agudo ingenio; fue discípulo y confidente del maestro Guillermo Valencia con quien compartió las mismas aficiones por los parnasianos y los simbolistas franceses.
Traductor de los modernistas, se destacó por la fidelidad poética en todas sus traducciones, apartándose del común conocedor de la lengua original que olvida el sentido poético del autor. Su obra fue escasa pero bastó para no olvidarlo como al delineador sicológico de sus personajes. Así lo vemos en la Pequeña elegía de Mario Paredes:
Mejor que no volvieras, si volvías
sin vigor ni hermosura,
sin tu jovial esencia…
Mejor, que no devuelto
con ternura de nieve
ni claridad de lagos;
mejor que haberte visto
-Caballero del Greco-
sobre la tela triste de la carne,
dentro del marco de los huesos;
mejor que ese retorno
trunco de tu presencia,
tu lejanía se borró de pronto
y se rompió tu ausencia.
Es casi una norma en la Popayán del siglo veinte que los poetas antes de consagrarse como cultores del idioma Cervantino, se ataviaran de leyes. Carlos López Narváez no fue la excepción y alcanzó el título otorgado por la Universidad del Cauca de doctor en Derecho y Ciencias Políticas. Dirigió, en 1921, la revista Ariel y colaboró con casi todos los periódicos literarios del país. Se radicó en la fría Bogotá donde aclimató su breve poesía y consolidó el oficio de la traducción. De esta época es el soneto
Adoración
Una flor no ha traído jamás la primavera
digna de la argentada noche de tu cabello,
y que en blanda agonía, cercana de tu cuello
bajo el tibio perfume de tu aliento muriera.
Ni seda se ha tejido por mágica hilandera,
ni tul, ni encaje dignos de velar el destello
de tus brazos, tus hombros, tu flanco, donde el sello
de su gracia dejaron la diosa y la quimera.
Aún no fue tallada la copa diamantina
que de la vid colmada con la sangre divina
merezca de tus labios la sapiente dulzura.
No hay palmas ni vellones, damascos, ni tapices
dignos de que en su felpa desnuda te deslices…
Ni sé que amor exista digno de tu hermosura.
Las obras que destacan a Carlos López Narváez son: Las versiones: La voz en el eco, Las letanías de la virgen, por Armando Godoy; El cielo en el río y Miguel de Mañara de Milosz. Agrupó sus poesías originales en un tomo titulado Cartas a una sombra y también publicó el libro Putumayo, Diario de guerra.
Veamos otro texto suyo que engalana uno de sus libros ahora enclaustrado en las bibliotecas especializadas.
MERIDIANO
Ella está allí, de pie, sobre mis párpados
desplegada la noche de su pelo;
Ella tiene la forma de mis manos;
Ella tiene el color de mi desvelo.
Y se sume en la huella de mis pasos
lo mismo que una piedra contra el cielo.
Como abiertos están siempre sus ojos
a los míos la noche llega en vano;
y si sueña en la luz, soles remotos
cruzan de su presencia el meridiano.
Bahías sosegadas, mares broncos,
mi alma es sólo su rumor lejano.
Su obra, aunque breve, fue significativa y contribuyó a ubicar a la Popayán de principios del siglo veinte como prolífica partera de hombres de letras, en especial cultores excelsos de la poesía romántica. Su mayor mérito lo dieron sus traducciones del francés, inglés y alemán, idiomas que conoció por su trayectoria de diplomático de carrera en un extenso periplo de su vida.
Otro ejemplo de construcción romántica es su poema
En azul
Azul como el delirio, azul como la hora
en que cruza tu sombra mi fiebre desvelada;
azul como el más bello cuento de Scherezada,
azul como la noche de una leyenda mora;
Azul como la llama convulsa que devora
las mirras embrujantes de la orgía sagrada,
parece que de todo lo azul fuera formada
la veste que te ciñe sensual y triunfadora.
De cálidas neblinas irisan un paisaje
Fugaz y caprichoso los visos de tu traje;
el aire entre sus pliegues tornasola suspiros…
Y bajo la tormenta que aviva el sortilegio,
Tu cuerpo resplandece, desnudo, lácteo, egregio
Prisionero de un móvil palacio de zafiros.
Carlos López Narváez, falleció en Bogotá, rodeado del total afecto de su familia, en 1971, a los 74 años de edad.
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