Llegaron tres damas de la capital a visitar la antigua
catedral de sal de Zipaquirá. Pero llegaron tarde.
Y apareció el párroco del
lugar, soberbio y grosero, para decirles que volvieran al otro día, a partir de
las 8 de la mañana.
Las damas argumentaron que venían de muy lejos y no les era
posible volver al otro día, que además habían llegado retrasadas cinco minutos
y bien podría hacer una excepción habida cuenta de su condición de damas de
respetable alcurnia.
El párroco dijo que él no hacía excepciones.
Insistieron las nobles hasta que saturaron la neurastenia del cura al
amenazarlo con ir a su superior jerárquico y poner la queja. La respuesta del
sacerdote fue una:
–¡Váyanse a la mierda!
Las señoras enojadas acudieron entonces al superior,
un sacerdote tranquilo, viejo y muy comprensivo. Después de oír sus descargos
les preguntó:
– ¿Y él qué les dijo?
– Que nos fuéramos a la m…
– ¿Y él qué les dijo?
– Que nos fuéramos a la m…
Arqueando las cejas, tomando asiento para dictar su
recomendación, el superior pronunció un sabio consejo:
–Pues no vayan.
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