Las palabras indican la idiosincracia de un pueblo,
sus temores, frustraciones y condición de igualdad o sumisión.
¡Cuántas historias nos han contado los europeos y
norteamericanos para ubicarnos en el atraso y, peor aun, en la condición de
salvajes antropófagos de las comunidades precolombinas, siempre con el membrete
de investigaciones!
Nuestra historia la han escrito otros, con el sesgo de
su cultura judeo cristiana, esa sí caníbal y sacrificadora de niños para
después reemplazarlos por animales dóciles en el altar de su dios, como se hace
en el presente. Los españoles, que atribuyeron canibalismo a las culturas
americanas, practicaron la antropofagia llevando nativos en sus expediciones
para sacrificarlos en caso de que faltara el alimento. (Lo relata, en 1552,
Bartolomé De Las Casas en su Brevísima Relación de la Destrucción de las
Indias. México, ediciones de la Universidad Nacional Autónoma, 1941.)
América, desde México a la Patagonia, es un continente
que infunde temor, por su extensión, riqueza, unidad (si se llega a alcanzar
aparte del idioma) a las potencias occidentales y éstas temen que despierte,
por eso penetran culturalmente y utilizan la palabra para someter. Es más
barato y efectivo.
De ahí que tratemos de entendernos con eufemismos.
Las potencias se arrogan legitimidad y califican a los
pueblos que se apartan de sus doctrinas políticas, como terroristas y así hasta
llegar al individuo, el mismo que siendo librepensador lo rotulan de izquierda
cuando no comunista. De ahí a la sindicación de terrorista es medio paso.
Depende de su influencia.
Nuestros jóvenes colombianos, y esto es lo grave,
ahora usan un lenguaje que manifiesta debilidad y sumisión. Veamos un ejemplo
que soporta lo dicho. Ahora ya no se compra, se pide que le regalen:
-Por fa, ¿me regala un café?
No creo que haya un magnate que, cuando va a comprar,
pida regalado. Él sí ordena.
Las organizaciones sociales cuando adelantan paros
justos que apuntan a reivindicaciones, firman peticiones no exigencias, son
sumisos ante un gobierno despótico. Por eso el Estado no les teme; y ante las
peticiones, el gobierno da lo que quiere, no lo que le exigen.
En la prensa y en la televisión abundan los eufemismos
para ocultar el verdadero sentido de las palabras en una mojigata acción de
decencia. Los humanos resulta que ahora tenemos cola como los animales; los
afectados sexualmente por la naturaleza, devinieron en gays; los negros son afrodescendientes; los mercenarios son
contratistas; los muertos, bajas; los impuestos, cargas impositivas; los
sindicados dejaron de ser sospechosos para llegar a delincuentes, según la
lógica policial; los viejos atenúan su condición al integrar la tercera edad o
benévolamente establecerse como adultos mayores; las putas dejaron ese oficio
para alcanzar la escala profesional de trabajadoras sexuales.
No nos extrañemos si en algún tiempo no nos entendamos
ni entre nosotros; tampoco si se crean colonias donde sólo se permita un idioma
anglosajón.
Sería el comienzo de la partición de América por el
idioma.
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