jueves, 6 de diciembre de 2012

Colombia sin diplomacia


Desde lejanas épocas, Colombia ha perdido territorio fundamentalmente por tres causas: No ha creado y mantenido con seriedad la carrera diplomática; no ha ejercido soberanía sobre sus fronteras y posiciones de ultramar; ha ignorado la Historia.

Veamos, como ejemplos de lo afirmado, el Conflicto con el Perú, la pérdida del islote de Los Monjes y el reciente fallo de la Corte Internacional de Justicia sobre San Andrés y sus cayos.

En el caso del Perú,  desde fines del siglo XIX era práctica común el abandono de las fronteras, la ineficiencia administrativa y los convenios dolosos en la región del Amazonas, Putumayo y Caquetá, lo cual permitió al Perú la invasión del municipio colombiano de La pedrera en 1911, las actividades criminales de la nefasta Casa Arana y la culminación de la toma de Leticia en 1932. Los peruanos se movían en dos frentes: el de la agresión y la agitación diplomática; Colombia exhibía timidez en ambos. Si se llegó a un acuerdo en 1933 fue por el hecho fortuito del asesinato del dictador Sánchez Cerro del Perú que permitió al general Oscar Benavides (el invasor de La Pedrera) asumir el poder y concretar el Acuerdo de Ginebra con Alfonso López Pumarejo. Perú obligó a Colombia –que no tenía por qué hacerlo–a pactar unas negociaciones en el llamado Protocolo de Rio de Janeiro donde los delegados colombianos eran Roberto Urdaneta Arbeláez, Guillermo Valencia y Luis Cano, ninguno diplomático de carrera, y por el Perú, Víctor Maúrtua, Víctor Andrés Belaúnde y Alberto Ulloa, todos avezados diplomáticos. En el Acta adicional se observa la pérdida de territorio colombiano y las aspiraciones satisfechas del Perú. Sólo alcanzamos la libre navegación por el rio Amazonas.

En referencia al archipiélago de Los monjes, ubicado al norte de la Guajira, para resumir, citemos al historiador César Torres del Rio en su libro Grandes agresiones Contra Colombia: “…archipiélago de Los Monjes, Propiedad de Colombia, obsequiado a Venezuela en noviembre de 1952 con el argumento de que nuestro país no poseía títulos jurídicos, y nuevamente regalado por el gobierno de César Gaviria Trujillo en 1992. ¡Doble traición! Lo sorprendente es que Colombia sí tenía y tiene aún sus derechos soberanos de propiedad.”

En el reciente fallo sobre el archipiélago de San Andrés confluyen todos los vicios de nuestra clase política: abandono estatal (denunciado tardíamente por el Vicepresidente), carencia absoluta de buenos diplomáticos (en Colombia la diplomacia no es carrera, se usa como contraprestación politiquera) e ignorancia de la historia (ni siquiera se acordaron de denunciar el Pacto de Bogotá de 1948, que hubiera impedido acudir a La Haya, en 2007, donde, según el decir de Clara López Obregón, “no teníamos nada que ganar y sí mucho qué perder”).

Hacia el futuro –lo vemos claro–, Nicaragua apunta a apoderarse de San Andrés con fuertes argumentos políticos: Seguramente declarará a los habitantes del archipiélago ciudadanos nicaragüenses que podrán seguir su vida normal de pesca y desarrollo y disfrutar, además, de los derechos de salud y educación que Nicaragua tiene, –ahora más cerca de San Andrés– y Colombia los ha negado.

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