sábado, 29 de octubre de 2011

Platos a la carta


Durante los debates por la inconveniente venta del servicio de aseo de Popayán, no podía faltar el humor que matizó el error.

A un jurista, que estaba de acuerdo con la operación, le gritaban:

-¡Te vendiste por una chuleta! ¡Te vendiste por una chuleta!

De inmediato ripostó:

-¡Falso de toda falsedad! No fue por una chuleta, fue por una lengua en salsa.

sábado, 22 de octubre de 2011

El fracaso de un Estado


Colombia es un Estado fallido. Está estructurado sobre la desigualdad, la injusticia, la desinformación.


El propósito fundamental de la creación de un Estado era la organización gubernativa de una sociedad; de ahí se derivan otras ventajas como la unión de las comunidades, el progreso social, el bienestar de los asociados. Sin embargo, con el paso del tiempo y de la historia, esta idea primaria se ha ido deteriorando.


Hoy nos han metido el cuento de la globalización que sólo favorece a las grandes potencias; los Estados menores se han convertido en sucursales de empresas transnacionales y nos echan el segundo cuento, más reforzado todavía: el país ha tenido un crecimiento económico notable, cuando en realidad ese crecimiento es de las empresas foráneas que explotan los recursos más valiosos. Si en Tailandia se exportan zapatos de alta calidad a los Estados Unidos, por ejemplo, producidos con mano de obra barata como la que aportan los niños, ese valor de exportación se lo atribuyen al país, pero en la realidad es de la empresa norteamericana que los produce.


En Colombia se ha tergiversado tanto el concepto de Estado, que éste se ha convertido en un perseguidor de sus mismos asociados.


Veamos.


El Estado castiga el trabajo, la honradez, el cumplimiento, el buen gusto, el ahorro de energía, el carácter, el liderazgo.


Castiga el trabajo porque de entrada le recorta el salario al obrero con impuestos y una seguridad social que no funciona; castiga la honradez, porque quien es honrado jamás saldrá de pobre; castiga el cumplimiento, porque si se tiene una deuda bancaria y la cancela antes del plazo pactado, le aplican una sanción; castiga el buen gusto, porque si enluce la vivienda, seguro, lo suben de estrato social lo que implica impuestos más elevados; castiga el ahorro de energía, porque si reduce el consumo, lo obligan al cambio de contador para que vuelva a subir el pago; castiga el carácter, porque quien se atreve a reclamar, recibe la sanción social del Establecimiento con la complicidad de sus áulicos; castiga el liderazgo, porque quien lo asume, muere por fuerzas claramente oscuras, defensoras del actual Estado.


Sin embargo nuestro Estado no castiga el despilfarro de agua, de los recursos naturales, de energía; no castiga la contaminación en todos los órdenes; no castiga el delito, diferente al delito político; no castiga la corrupción, negocia con ella; no castiga las mentiras oficiales, nos las tragamos; no castiga el incumplimiento de candidatos trastocados en gobernantes.


Por todo eso y más, Colombia es un Estado fallido, que la desinformación nos obliga a ver como el paraíso anhelado.


Así estamos.

sábado, 15 de octubre de 2011

La Carreta que no es carreta


Un vendedor callejero de agua en Cartagena, Colombia, ha hecho por la educación lo que no han sido capaces de hacer las dos últimas ministras, las secretarías municipales y departamentales y las organizaciones culturales.
Martín Roberto Murillo Gómez, chocoano, con quinto grado de primaria, con pinta de somalí (que asustó al escritor Salman Rushdie), con una enriquecedora pasión por la lectura, con el ímpetu de quien quiere enseñar, logró montar y poner a rodar La Carreta Literaria ¡Leamos! por la costa Caribe de Colombia; por la Feria Internacional del libro en Bogotá; por la Feria del libro en Guadalajara, México; por la Feria del libro de Buenos Aires, Argentina; por los pueblos más escondidos de la geografía norte del país y puso a leer a nuevas generaciones de colombianos.  

El propósito fundamental de La Carreta Literaria ¡Leamos! es fomentar la lectura: por donde pasa presta libros, no los vende; porque leer es un placer que se disfruta y no tiene precio. Usualmente Martín Roberto Murillo Gómez pasea su Carreta por la plaza de la Proclamación, por la de la Inquisición en Cartagena de Indias y los turistas se sorprenden al ver que un modesto ciudadano preste libros para leer en un país al que se lo ganó la violencia; en un país donde los libros son caros, como artículos de lujo; donde leer es cosa de desocupados con plata y nunca una aventura del pensamiento. Los policías, que en el comienzo del rodaje de su biblioteca ambulante eran sus drásticos perseguidores (porque “estás disfrazando la venta de libros”), ahora respaldan y protegen a Martín, que de vendedor callejero hoy es gerente de su propia Carreta. (¡Quién lo creyera!: en la Carreta hasta los policías leen.)

Hoy La Carreta Literaria ¡Leamos!, cuenta con apoyos y patrocinadores importantes que le permite un despliegue autónomo y a Martín Roberto Murillo Gómez, un merecido sostenimiento. Es amigo de todos los escritores de Colombia y del mundo hispano que han contribuido con sus obras y donación de libros; también lo es de empresarios que han visto en él una oportunidad de divulgación de sus empresas y una forma original de estímulo a la lectura.

Martín Roberto Murillo Gómez es un ejemplo vivo de que las ideas valen tanto como se realicen, que soñar es el primer paso para cambiar. Él ha cambiado la forma de ver el mundo a los niños y estudiantes de la costa atlántica con sus talleres de lectura en voz alta; pero a los gobernantes y políticos (hoy de feria) les refriega a diario que su Carreta no es carreta.

domingo, 2 de octubre de 2011

Campaña electoral


Sucedió en plena campaña electoral de 2011 para elegir concejales, diputados, alcaldes y gobernadores, en Colombia.
En un colegio se convocó a una reunión de agitación política aprovechando que el día sábado no hay clases. Se presentaron, entre otros, unos candidatos al concejo que en el momento de su disertación ante un público serio, tuvieron la imprevista presencia de dos profesores de la institución a quienes la rumba del viernes se les iba prolongando al sábado. Uno de ellos interrumpió el discurso de un aspirante a concejal de apellido Zapata. Con botella en mano y abrazado a su compañero en permanente vaivén, dijo con voz atosigada por los 38 grados de alcohol:
-Qui ׳ hubo hermano. Te felicito. Hablás bonito…hic…Yo te conozco desde la primaria. Querido público: quiero presentarles a mi gran amigo…hic…hic…a mi amigo del alma…hic…hic…al famoso doctor…hic…hic…
Hola vé…hic…, ¿vos cómo es que te llamás?