Colombia
es un Estado fallido. Está estructurado sobre la desigualdad, la injusticia, la
desinformación.
El
propósito fundamental de la creación de un Estado era la organización
gubernativa de una sociedad; de ahí se derivan otras ventajas como la unión de
las comunidades, el progreso social, el bienestar de los asociados. Sin
embargo, con el paso del tiempo y de la historia, esta idea primaria se ha ido
deteriorando.
Hoy
nos han metido el cuento de la globalización que sólo favorece a las grandes
potencias; los Estados menores se han convertido en sucursales de empresas
transnacionales y nos echan el segundo cuento, más reforzado todavía: el país
ha tenido un crecimiento económico notable, cuando en realidad ese crecimiento
es de las empresas foráneas que explotan los recursos más valiosos. Si en
Tailandia se exportan zapatos de alta calidad a los Estados Unidos, por
ejemplo, producidos con mano de obra barata como la que aportan los niños, ese
valor de exportación se lo atribuyen al país, pero en la realidad es de la
empresa norteamericana que los produce.
En
Colombia se ha tergiversado tanto el concepto de Estado, que éste se ha convertido
en un perseguidor de sus mismos asociados.
Veamos.
El
Estado castiga el trabajo, la honradez, el cumplimiento, el buen gusto, el
ahorro de energía, el carácter, el liderazgo.
Castiga
el trabajo porque de entrada le recorta el salario al obrero con impuestos y
una seguridad social que no funciona; castiga la honradez, porque quien es
honrado jamás saldrá de pobre; castiga el cumplimiento, porque si se tiene una
deuda bancaria y la cancela antes del plazo pactado, le aplican una sanción;
castiga el buen gusto, porque si enluce la vivienda, seguro, lo suben de
estrato social lo que implica impuestos más elevados; castiga el ahorro de
energía, porque si reduce el consumo, lo obligan al cambio de contador para que
vuelva a subir el pago; castiga el carácter, porque quien se atreve a reclamar,
recibe la sanción social del Establecimiento con la complicidad de sus áulicos;
castiga el liderazgo, porque quien lo asume, muere por fuerzas claramente oscuras,
defensoras del actual Estado.
Sin
embargo nuestro Estado no castiga el despilfarro de agua, de los recursos
naturales, de energía; no castiga la contaminación en todos los órdenes; no
castiga el delito, diferente al delito político; no castiga la corrupción,
negocia con ella; no castiga las mentiras oficiales, nos las tragamos; no
castiga el incumplimiento de candidatos trastocados en gobernantes.
Por
todo eso y más, Colombia es un Estado fallido, que la desinformación nos obliga
a ver como el paraíso anhelado.
Así
estamos.