Hace tres semanas el noticiero CMI entrevistó al presidente de la corporación Sánitas, de nombre tan enredado que es mejor ignorarlo. El periodista Yamit Amat inició con una pregunta:
-Doctor, díganos, ¿la salud es un servicio o un negocio?
El entrevistado respondió:
-Yamit, la salud es un servicio indudablemente, pero como todo servicio debe dar utilidades al que lo presta.
Se desprende de este diálogo inicial dos aspectos importantes y definitivos:
El periodista hizo la pregunta que le convenía al entrevistado y el entrevistado respondió lo que es una política del Estado colombiano, elevada a filosofía.
Si el periodista hubiera preguntado: ¿La salud es un derecho o un negocio?, seguramente hubiera hecho trastabillar al representante de la multinacional de la salud. Pero este señor hubiera salido avante cambiando la palabra derecho por servicio, con maromas idiomáticas para decir lo que quería. Y lo que quería decir es muy simple, la salud es un negocio cuyos intermediarios, llamados EPSs, están enriqueciéndose descomunalmente con la tragedia del pueblo colombiano con el triste y aberrante apoyo del Estado que, con leyes y decretos, ampara una inversión que no existe y desampara hasta la muerte a unos colombianos que sí existen.
Está claro que los derechos no son negocio, no deben serlo, pero nuestro Estado los ha convertido en vulgar mercancía. Tenemos derecho a vivir, pero se nos obliga a pagar a empresas privadas por garantizarnos la vida; tenemos derecho al consumo de agua potable, pero ahora nos la envasan las empresas transnacionales y la tenemos qué pagar en botellas; tenemos derecho a la salud, pero hay que pagarla, según la enfermedad.
Antes de la Ley 100, los aportes económicos del Estado a la salud, como derecho, llegaban directamente a los hospitales, clínicas y puestos de salud, los que verdaderamente atienden a los pacientes. No existía el intermediario, no existían las EPSs. El sistema antiguo, pese a la corrupción, era aceptable, era reformable, pero bastó que nos arrasara la nueva política impuesta desde afuera para convertir un sistema de salud humano, en un pacto criminal legalizado, cuyas muertes son el alimento de los carroñeros del capital.
Ahora se propone, como gran panacea, la abolición de la Ley 100 para corregir las fallas del sistema de salud, pero ya sabemos cómo son las aboliciones legales en este país. Al UPAC le cambiaron el nombre, ahora se llama UVR y sigue igual; la gran reforma al DAS consiste en cambiarle de sigla; igual para el AIS.
La solución verdaderamente trascendente es cambiar de política; cambiar la actual, que se fundamenta en la especulación económica, por otra que centralice en el ser humano la razón de ser de una nación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario