La ciudad de Popayán, Colombia, siempre ha estado unida a justos, y a otros errados, cuando no inconvenientes apelativos. Fue tildada como la “Jerusalén de América” por la pompa de sus procesiones de Semana Santa que imitan al Viacrucis cristiano del Gólgota. Más Atrás le habían colgado el epígrafe de “Ciudad procera”, por el fusilamiento de sus numerosos y sobresalientes hijos que ordenó Pablo Morillo y ejecutó Pascual Enrile, en la época de la Reconquista española. Después de la creación de la Universidad del Cauca en 1827, se le otorgó el título de “Ciudad universitaria”; luego se dio paso al de “Ciudad blanca” y no se cuándo le atribuyeron el de “Ciudad culta”, presumo que fue por la intensa actividad cultural en las décadas de 1930 y 1940, cuando teníamos poetas y educadores de talla mundial y más revistas culturales que las que ahora tiene todo el país.
Este último apelativo comenzó a deteriorarse con los alcaldes que nos impusieron y que hemos elegido en los recientes años.
Por el año 1950, si la memoria de mi informante guarda cierta fidelidad, un compositor creó una pieza musical con ritmo tropical cuyo título era “Popayán de mis amores”; la estrenó con orquesta en el edificio de la Alcaldía y le planteó al alcalde de entonces que le cedía los derechos a la ciudad por un valor que era aceptable para la época. El alcalde en principio dijo sí –como novia apresurada–, pero luego naufragó en las borrascas burocráticas que le sirvieron de pretexto para no cumplirle al compositor. Esa composición musical fue adoptada por un alcalde de mayor ímpetu cultural y administrativo y hoy se llama “Medellín de mis amores”.
Ahora, vendría bien replantear el apelativo de “Ciudad culta” y cedérselo a Medellín, porque a nosotros –por haber elegido alcaldes sonsos– nos quedó grande. No puede ser Popayán una ciudad culta cuando se han cerrado todas las librerías y hay sólo una biblioteca pública –la del Banco de la República que no funciona los sábados por la tarde ni los domingos, como si aquí hubiera actividad recreativa un fin de semana–. Tampoco es culta una ciudad cuyas escasas publicaciones informativas y literarias son frívolas, mezquinas, mal escritas y truculentas, donde es imposible destacar el buen gusto y allí nunca florecerá el pensamiento innovador. Los barrios populares tienen cantinas y guaraperías pero no bibliotecas públicas; y los alcaldes y sus flamantes –e ignorantes– secretarios de gobierno se quejan de la delincuencia y creen que con el aumento de las fuerzas represivas la van a acabar. Nunca, en un sistema capitalista, se va a erradicar un producto del capitalismo, y la delincuencia es uno de sus productos refinados. Pero aún bajo el capitalismo se puede atenuar ese flagelo con cultura y recreación, dos actividades que los alcaldes las consideran marginales. No voy a dar ideas, porque éstas tienen un valor que cuesta en nuestro sistema –y no me las van a pagar–, pero me sorprende la falta de imaginación de nuestros políticos para actividades diferentes a las de esquilmar al Estado. Tienen múltiples formas de hacer cultura y recreación y aumentar los ingresos municipales, sin embargo no las ven y si las vieran, les falta esa acción innovadora para ejecutar –una de las cualidades políticas que tampoco tienen–. Siempre miran el obstáculo pero no la pértiga para saltarlo.
Popayán tiene un archivo histórico que es valioso para toda la América hispana, de esto saben en España y las grandes capitales de América. Aquí, el alcalde y el gobernador pasan por ignorantes –desconocen lo que tienen– e indolentes –saben pronunciar las palabras mágicas: no hay presupuesto– ante el deterioro de documentos valiosos en un edificio que necesita con urgencia ampliación y mejoras para evitar la humedad. El alcalde, y en menor medida el gobernador, necesitan obras para mostrar al electorado y a su director político –los partidos se están acabando, y ya es hora de que se acaben porque en casi doscientos años no resolvieron el problema social– con vistas al próximo debate electoral; obras civiles que se puedan inaugurar, que tienen implícita la financiación de las campañas. La cultura y la recreación pueden esperar indefinidamente. No puede ser culta, nuestra ciudad, cuando pasivamente deja destruir el más valioso patrimonio labrado en siglos, como es la memoria histórica.
Así estamos; lo de “Ciudad culta” dejémoselo a esas ciudades donde los ciudadanos son cultos, es decir, personas que respetan a las demás personas; que no hacen rampas en los andenes para proteger a sus vehículos en perjuicio de los caminantes; que no parquean en los andenes, obligando al peatón a transitar por la calzada; que tienen consideración por los ancianos y los niños y no como nuestros taxistas, que además de echarles el carro encima, les enciman el término “movete cabrón”, cuando son decentes; que dicen “buenos días”, cuando entran a una oficina, así la secretaria no conteste; que dicen “gracias”, cuando reciben un servicio aunque sea comprado; que responden educadamente cualquier solicitud por torpe que sea; que amen a la mujer por encima de todas las cosas y no la maltraten.
Por estas y otras razones ya no somos la “Ciudad culta”, falta que se nos acabe la capacidad de reacción para enderezar el camino.
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