viernes, 3 de diciembre de 2010

Breves:

Epitafios:

“Aquí yace un alentado, que nadie creía que estaba enfermo”.

“¿Vos sí creés que estoy aquí?”


Expresión de una de nuestras recientes divas:

“Yo soy muy franca, muy sincera, me lo repiten todos los días mil personas”.


Muy breves:

¿Para dónde van las pulgas cuando mueren?
Para el pulgatorio.

¿Cuál es el idioma de las tortugas?
El tortugués


Sobre la caída del pelo.

Un amigo desentejado había llegado a tal grado de resignación, que decía que lo único que detenía la caída del pelo era el suelo. Era visible en todas partes por su brillantez; asediado por las damas atrevidas y las tímidas –que son más atrevidas donde nadie las ve–. Los hombres también se le arrimaban para compartir esa bendita suerte de Valentino.
Un envidioso, que no falta, le obsequió una llamativa gorra vasca, curada, y empezó el traspié: las jóvenes lo veían como un señor mayor y en declive; la poderosa atracción disminuyó tanto, como la oscura importancia de la prenda que usan los catanos para esconder las pocas canas que el tiempo deshilacha. Hasta que una encantadora sobrina le quitó el maleficio.
La bella niña, que cruzaba el semestre cumbre de los futuros médicos, le regaló una charla sobre testosterona y su infalible fórmula para encender la pasión femenina. El hombre que la poseía en grado sumo, decía la preciosa hija de Hipócrates, con autoridad, se distinguía por tener un cráneo brillante, como se acostumbra en estos tiempos.
Ahí fue cuando nuestro amigo recobró su virilidad suspendida: tiró al basurero más grande la anti masculina gorra vasca curada.

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