Hasta
hace unos años el civismo era un distintivo de la ciudad de Cali, ahora lo es
de Medellín.
Medellín
es un ejemplo nacional de cómo se puede vivir bien en una gran ciudad. Es una
articulación –como se dice ahora– social entre ciudadanos y gobernantes, que
empezó a construirse después de los años difíciles de enfrentamiento entre el
Estado y las mafias del narcotráfico. Hoy, Medellín tiene problemas pero todos
son posibles de resolver porque existe ese ánimo de concertación entre quienes
tienen el poder –y lo ejercen sin soberbia– y los ciudadanos dispuestos a
aportar sus iniciativas con la seguridad de ser atendidos.
La
clase dirigente de Medellín estructuró la ciudad al derecho: construyó el Metro
a lo largo del casco urbano, que hizo posible la integración de municipios como
Itagüí, Envigado, Sabaneta y Bello; mejoró y amplió sus vías, hasta volverlas
amables; construyó el Metro Cable y el Metro Plus, como soporte del transporte
masivo hasta hacerlo integral; adelantó campañas de civismo y conocimiento de
normas de tránsito; ejecutó planes de señalización que hasta un despistado
turista entiende. El resultado está a la vista: ciudadanos amables y cultos;
transporte que fluye al ritmo de la ciudad y una incesante actividad cultural
que poco a poco desplaza la patanería social para dar paso al civismo y al
respeto colectivo.
Ahora,
Medellín ha acometido la implementación del tranvía o Metro ligero para cubrir
las zonas a donde no llega el Metro, por sectores que se rescatarán para la
comunidad y el turismo.
Alguien
dirá que eso es posible porque allá hay plata; me atrevo a decir que eso es
posible, porque allá hay ideas que se depuran y ponen en práctica. Allá tienen
el convencimiento de que si la ciudad progresa, ellos –dirigentes y dirigidos–
también progresan. No hay ese egoísmo tan mezquino que impide la ejecución de
políticas de cambio para mejorar, entre una administración y otra.
A
Medellín le sobra clase dirigente, la misma que le falta a Cali que no ha sido
capaz de construir el Metro regional mas barato del mundo – al ser superficial
en un 100% – que integre las ciudades de Jamundí, Cali, Palmira, Buga, Tuluá y
Cartago; que no ha sido capaz de construir la Terminal de Transportes del Sur; ni
mucho menos el anillo vial que abrace la ciudad a doble calzada e impida la
congestión en las vías del centro; que mantiene a oscuras la doble calzada
entre el aeropuerto internacional y la Sultana del Valle.
Seguramente
Cali se dejó influenciar por Popayán, donde no hemos sido capaces de organizar
el tránsito chiquito que tenemos.
¡Ah!
Nuestra mentalidad de vendedores de empanadas.