En nuestro país cada uno se expresa según como le vaya
en el trajín diario. Igual sucede con las arbitrarias clases sociales, división
de la sociedad según el acumulado económico. Razón de más para profundizar el
egoísmo.
La llamada clase alta, la misma que detenta y
usufructúa el poder, conformada por cinco familias, como lo define la Mafia,
pregona a través de sus medios masivos de comunicación, que Colombia ha alcanzado
un alto grado de desarrollo frente a sus vecinos; que su crecimiento se acerca
o supera el 4%; que la desocupación es menor a dos dígitos porcentuales; que
tenemos un alto grado de bienestar y felicidad. Esa es su situación como familia.
En contraste la clase media ladra bajo, pero
inconforme. Es la que paga impuestos, la que surte de profesionales al país, la
que recibe las consecuencias inmediatas de una política impuesta por los de
arriba en su escala social, la que dota de oficiales al ejército y a la
policía, la que surte de muertos en la violencia intrafamiliar y de tránsito, la
que ostenta un nivel de vida aceptable que nunca llegará a la opulencia, la que
jamás alcanzará el poder político, solo migajas. Es conservadora y estulta; su
inconformidad se reduce, como en un sanduiche, a renegar de los de arriba, pero
protegerlos, y arremeter contra los de abajo.
La llamada clase baja es una conjunción de pobreza y
abandono. Es rebelde y contestaria cuando la tocan, pero fácilmente manipulable
por su ignorancia. Constituye la mayoría de la población, la misma que unge
presidentes por dádivas, la que da gracias a Dios por tener un regalo en
diciembre, la que se hace matar por un político que le dio una palmadita en
vísperas de elecciones, la que surte de suboficiales y soldados al ejército y
de sicarios a los criminales de todas las clases. La que mata y se hace matar
por cualquier cosa; la misma que acepta como un dogma que este es el mejor país
del mundo.
En medio de este panorama crece la delicuencia, la
injusticia, la impunidad; los criminales se vuelven millonarios y la población
sufre las consecuencias de un país hecho para favorecer el crimen. Un país donde
obrar con rectitud es sinónimo de estupidez. Hasta los políticos tienen como un
activo, empeñar la palabra en un documento para después desconocerlo y obrar en
contrario.
Nuestra sociedad está mal hecha y hay que cambiarla.
Como todo proceso político, se requiere un cambio de política que sólo el
grueso de la población pensante puede hacer. Y hay dos métodos: El, llamado,
democrático que, en Colombia, ha resultado un fiasco en doscientos años (nunca
resolvió los problemas sociales), o el revolucionario, que destruya las
estructuras políticas vigentes para reemplazarlas por unas nuevas e incluyentes.
En ambos casos estamos lejos de un nuevo amanecer.
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