Por la calle cuarta de Popayán todos los días transitaba Daniel Gil Lemos y era objeto de burlas por un par de damas, encañengadas, a quienes apodaban “Huesos”, dada su extrema flacura. Las damas, ocupaban el ventanal tipo balcón y cada vez que pasaba Daniel le decían “Chirrincho” o “Jonás” porque lo veían viejo y como borracho.
Una vez Daniel no se aguantó las ofensas y golpeó la puerta de la casa. Salió la matrona, mamá de las ofensoras.
-Señora, me hace el favor de venderme una libra de carne.
-¡Cómo se atreve señor, esto no es una carnicería!
-¿Cómo que no? Si estoy viendo los “Huesos” en la ventana.
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