Popayán es una de las pocas ciudades del mundo donde:
–No tiene aprecio por sus jóvenes. De hecho no dispone de
centros de recreación públicos; en el transporte público (que es privado) no
tiene descuentos por la calidad de estudiantes. Carece de centros deportivos
gratuitos del tamaño de su población joven.
–No tiene consideración por sus viejos. Son relegados y
marginados, cuando no insultados por su andar lento. Los andenes son un riesgo
para el pobre anciano con sus altibajos y rampas para facilidad de ingreso de
vehículos a los garajes que es preferible desplazarse por la calzada plana y
sin sobresaltos pero peligrosa.
–No tiene en cuenta a los menos válidos. Otra vez los
andenes (con excepción de los nuevos del plan de movilidad), son un obstáculo
antes que una facilidad para recorrer la ciudad. Los buses de servicio público
carecen de facilidades para subir o bajar; están hechos para jóvenes con
aptitudes de malabarista. Es posible que en el plan de movilidad se subsane
esta deficiencia. Los edificios públicos insisten en las gradas y no se
renuevan con ascensores o rampas amigables.
–El egoísmo prima sobre el respeto hacia los demás. Vemos y
sufrimos con gran fastidio vehículos estacionados sobre los andenes que impiden
caminar a los peatones. Para los dueños de carros les tiene sin cuidado el
riesgo que corren los transeúntes al bajarse a la calzada. Es más importante la
cosa que la persona.
Los taxistas están bravos porque las vías intervenidas
ampliaron los andenes; según ellos las calles deberían tener tres carriles y
menos andén. Ven su conveniencia pero no la de los demás ciudadanos. Así somos.
Desde mi óptica, prefiero que las calles centrales sean de un solo carril para
evitar adelantos peligrosos y restringir el vehículo particular en un sector
donde caminar debería ser una actividad agradable.
–La cultura desapareció. Eso de saludar y responder es
historia pasada. Quien lo hace es mirado como un bicho raro y en el peor de los
casos, ignorado. Ceder el puesto a una dama ahora es transgredir la igualdad de
sexos y abrirle la puerta del taxi un oso monumental.
–El buen gusto está en crisis. Nuestro máximo Teatro
Municipal se atosigó de comedias de quinta categoría y espectáculos dignos de
una carpa de circo. Por ningún lado aparecen obras de teatro, pese a existir
actores y escritores del género, y ni presentación de orquestas sinfónicas y de
cámara, ni siquiera festivales de músicos regionales que los hay muy buenos.
Y si de comer se trata, ya estamos arremedando a los paisas
cuya bandeja es un vitute con todo el colesterol de Colombia. Aquí teníamos una
comida excelsa, mezcla de española, india y negra, que nos hacía diferentes
pero que se está perdiendo. Las nuevas generaciones no conocen el chulquín, el
chachafruto, el haba, la cidrapapa, el birimbí, los ullucos... Las sopas de
carantanta y de masitas, las rosquillas y las mantecadas tienden a extinguirse
porque las hacen tan feas que es como insultar a las abuelas.
Ya podemos decir como en los viejos cuentos: Érase una
ciudad culta llamada Popayán…