Otra vez se denuncia la corrupción en Colombia, esta
vez en cabeza del ejército.
Los colombianos nos hemos acostumbrado a oír estas
denuncias como si fuera parte integral de la democracia. Hasta tuvimos un
presidente que se atrevió a decir “que había que reducir la corrupción a sus
justas proporciones”; este mismo presidente fue el que entregó el carbón del
Cerrejón (en la Guajira) a los norteamericanos, seguramente por una firma bien
paga que se extiende a sus herederos.
La corrupción no es parte de la democracia, es
inherente al sistema capitalista que establece los sobornos, las dádivas, las
persecuciones físicas a sus opositores, que los hace llamar por periodistas
faranduleros prepagos, como “lobby”, que son parte de una competencia, donde
todo vale, para alcanzar el poder económico, el verdadero poder.
El capitalismo está llegando a su punto de inflexión,
a donde llegó el absolutismo, que dio paso a la burguesía mediante un tránsito
largo y violento. Cada vez se acortan los periodos de la historia que ya no
están dominados por los dueños del poder; el ser humano es más universal y
tiene su propia visión. Mientras los nuevos capitalistas se carcomen entre
ellos, el ser humano universal va a llegar a una conclusión, tal vez única, de
que el verdadero causante de la desaparición de la vida en la tierra es el
capitalismo.
Mientras tanto, en nuestro país, la institución hecha
para defender las fronteras, dejó de serlo y ahora es el verdadero sostén de una
clase política corrupta que también corrompió a unos hombres que se auto
califican de depositarios del honor. Como veremos en el futuro y, de acuerdo al
pasado inmediato, todo quedará en simples denuncias, show incluido.
Esto es capitalismo.