viernes, 22 de enero de 2010

¡De malas!

De los recuerdos ingratos por la caída de las “pirámides” en Popayán, hay uno que aún ronda la tragedia. Resulta que Pablo Adolfo perdió entre sesenta y setenta millones de pesos, muchos prestados, lo que determinó la desgracia en cadena. Su esposa lo abandonó, sus hijos no lo volvieron a determinar como papá y él quedó en la ruina y sin rumbo. Lo único que se le ocurrió fue ir al “Sotareño”, el bar de Agustín, que ahoga las penas mientras se mueren. En un momento se puso de pie y con la copa a medio llenar en una mano, se quedó absorto mirando el líquido y como rezando. Un vecino se extrañó de esa actitud y por dárselas de gracioso le arrebató la copa y se la tomó. Entonces Pablo Adolfo no soportó su suerte y se puso a llorar. El vecino compasivo se acercó y lo trató de consolar.
-Hombre, ¿por qué llora? No hay nada por lo que valga la pena llorar en este mundo.
-¡Cómo no voy a llorar si me persigue la desgracia!
-¡Qué va hombre! ¿Cuál desgracia?
-Pues mire: quedo en la ruina por la caída de las “pirámides”; mi mujer me abandona en el momento que más precisaba de su apoyo; mis hijos me desconocen y ahora que vengo donde Agustín, usted me arrebata el veneno que me iba a tomar.

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