sábado, 26 de marzo de 2011

En el diván

Mi estimado amigo, después de dos años de tratamiento psiquiátrico, he llegado a la conclusión de que usted no ha padecido ningún complejo de inferioridad. Usted es realmente inferior.

domingo, 20 de marzo de 2011

¡Los culebreros de la revolución! (Cuento)

¡Los culebreros de la revolución!
(Cuento)

Por aquellos días, refundidos en el principio de nuestras rebeldías, todavía estaban vivos Camilo Torres Restrepo y el Ché Guevara. Eran tiempos de agitación estudiantil atizada por el rechazo de los opositores políticos hacia el Frente Nacional, un pacto de ricos liberales y conservadores para alternarse el poder en Colombia por diez y seis años y para que no se siguieran matando los pobres campesinos por un color partidista.  Bueno, este último fue el cuento que nos echaron. Camilo Torres Restrepo fundó un periódico, en rechazo al Frente Nacional, que se llamaba Frente Unido; lo vendían en los colegios y universidades y algunos puestos de periódicos entreverado con la revista Luz, primera publicación porno disfrazada de científica; lo estuvimos comprando y leyendo hasta que en su página de apertura emergió la figura de Paulo VI.

¡Eso sí no lo perdonamos!

No estábamos con el Frente Nacional pero tampoco íbamos a permitir que un Papa orientara nuestros primeros escarceos políticos. Creo que a partir de esa desafortunada presentación del periódico, el Frente Unido pasó a ser el Frente Dividido entre troskistas, que creían en la buena voluntad de la iglesia católica; y marxistas-leninistas, que sólo confiaban en las masas obreras; y maoístas, que inculcaban una revolución campesina en un país de sembradores y cosechadores.

Camilo, hacía giras por Colombia para dar a conocer su pensamiento y su gallarda postura que lo introducía en las columnas de la farándula femenina. Alberto Lleras Camargo, primer presidente que impuso el Frente Nacional, el gran jefe pluma blanca del partido liberal –un partido laico que por esos tiempos impulsaba las procesiones religiosas católicas– también hacía sus giras, para contrarrestar con voz microfónica, educada en los auditorios norteamericanos, los agites de una revolución romántica que se estaba tomando los colegios y las universidades, mientras en el campo las armas se afinaban para afrontar una etapa superior de conflagración. Como la televisión era incipientemente claroscura, los personajes del estrellato los conocíamos en fotografías en blanco y negro pegadas a periódicos en blanco y negro que comparábamos con sus figuras en color de carne y hueso en las manifestaciones públicas, cuando se trataba de políticos. Y había, con inusitada frecuencia, más asonadas contestatarias que misas; que es lo mismo que decir, más enfrentamientos con la fuerza pública que desfiles colegiales con banda de guerra. El Ché Guevara había desaparecido del espectro de los dirigentes que gobernaban la isla de la ilusión y Fidel tan sólo insinuaba por Radio Habana (“Transmitiendo desde Cuba, territorio libre de América”.) que estaba cumpliendo una misión revolucionaria.

Mientras esperábamos que el Ché Guevara irrumpiera por alguna manigua inesperada, apareció por aquí el cura Camilo Torres que llenó el Paraninfo de la Universidad del Cauca para anunciar un gran descubrimiento: si el alma es inmortal, el hambre sí es mortal. El camino de la revolución era, entonces, la senda de la reivindicación social; sólo que no la tomaron los que seguían aguantando hambre. Todo el peso de la revolución caía sobre los hombros de los estudiantes; era una revolución de gladiolos.
También la caldera de las ideas se agitaba por las posturas de los sumos sacerdotes del Frente Nacional, entre ellos el más visible, el más representativo, que ostentaba la dignidad de ex presidente: Alberto Lleras Camargo. Cuando se anunció su visita a esta ciudad por la Radiodifusora Nacional de Colombia de donde copiaban las noticias las emisoras locales La Voz de Belalcázar, la Voz del Cauca y Radio Popayán, porque no había más, nosotros (¡Estudiantes, adelante!) comenzamos los preparativos para hacerle un gran recibimiento al patriarca de la derecha liberal.

Fue en el Liceo Nacional de Varones, en una asamblea multitudinaria, donde se votaron ideas, entre ellas una chiquita y certera: sabotear el discurso que el patriarca pronunciaría en el parque Caldas, desde los balcones del edificio de la carrera séptima con calle cuarta. Los liceístas, avezados estrategas, callaron al proponente haciendo guiños imperceptibles para discutir el asunto en la clandestinidad, porque la policía ya tenía infiltrados. La propuesta que se aprobó al final, fue asistir en masa a la manifestación y escuchar los planteamientos del más inteligente de los liberales godos en fraterna paz; nada de enfrentamientos con la fuerza pública. No faltaron los “Vivas” a la tolerancia estudiantil.
Después supimos de una tarea inverosímil que nos habían asignado los dirigentes superiores. Se trataba de conseguir diez avispas negras y meterlas en una chuspa de papel, de las mismas que servían para empacar el arroz por libras. Había que agujerear con alfiler previamente la chuspa para que no se ahogaran los animalitos. En total diez estudiantes, ágiles y osados, debíamos tener listas las avispas al mediodía del viernes. La manifestación estaba prevista para las tres de la tarde. Era una labor simple que se nos hacía ingenua; acostumbrados como estábamos a la acción de provocar a los agentes del orden (“¡Tombo: a tu mujer se la come el coronel y a tu hermana el capitán!”) y evitarlos con saltos y carreras, esta vez era como hacer un trabajo crochet de niñas.

En la plaza, caía el sol inclemente de una tarde de junio y las gentes se iban apretujando en la esquina para conocer al doctor Lleras, muelón él; de blanca calva él; el mismo que en mil novecientos cincuenta y ocho, en uno de sus primeros actos de gobierno, como presidente, tuvo en cuenta al departamento del Cauca: convirtió la isla Gorgona en un campo de concentración para presos políticos, confinados junto a los peores criminales. En la plaza había seguidores, sin duda, codeándose con zalameros y curiosos; los únicos opositores eran los estudiantes que se iban acercando en pequeños grupos, entre ellos los enchuspados, como se nos dio en calificar después del acontecimiento. Los policías nos veían dispersos con las chuspas y tal vez creían que contenían caucharina para comer, o bien, leche en polvo con azúcar, de esa que repartía la Cáritas de los gringos en las escuelas. Así como la policía había dispuesto carabineros en grupos de a dos, por los cuatro costados, nosotros debíamos estar cerca de ellos, casi pegados a los caballos. Cuando fue anunciado el orador principal el júbilo fue general, podríamos decir que unánime porque nosotros nos unimos al festejo con las chuspas al viento. No había motivo de discrepancia. El doctor Lleras hizo un recuento de las bondades del Frente Nacional, de la disminución de la violencia…Pero en ese momento oímos el pito de la señal para sacudir las chuspas y liberar las avispas debajo del abdomen de los caballos. Lo que siguió fue el caos. Al sentir las picaduras los caballos emprendieron un galope desaforado atropellando a quien no hubiera reaccionado. Y fueron diez caballos por toda la plaza que hicieron la dispersión de los manifestantes. Los policías montados no podían controlar a los animales y tampoco sabían qué pasaba, cuál era la causa para esa reacción imprevista de los cuadrúpedos. En pocos segundos no quedaban manifestantes en la plaza; muchos se habían refugiado en los portales; otros, pegados a los árboles del parque, en los portones de las casas y en los andenes tiritaban con una sabrosa emoción. La policía de a pie no sabía cómo reaccionar, ni contra quién.

Al ver la agitación imprevista, el pleno desorden, la anarquía en carrera, el doctor Lleras, después de su inicial sorpresa, fiel a su estirpe de inquisidor, señaló con su dedo índice derecho a esa plaza vacía:

¡Allí están los culebreros de la revolución!

sábado, 19 de marzo de 2011

Así tiemblan las damas

Ahora, con la tragedia del Japón, –tragedia que no terminamos de lamentar– exponemos una anécdota del terremoto de Popayán de 1938 que los octogenarios se han encargado de no dejarla olvidar.
El suceso ocurrió a las siete de la noche de un día a principios de febrero, y don Pedrito Paz que deambulaba por el parque Caldas, encima del temor por el movimiento, vio cómo una señora entrada en pánico se abalanzó sobre un señor y repetía desesperada:
-¡San Emigdio! ¡San Emigdio bendito!
 El caballero, después del segundo susto, con la caballerosidad propia de la época, corrigió a la señora:
-Perdone señora. Tal vez usted me está confundiendo. Yo no me llamo así.

domingo, 13 de marzo de 2011

Ya vienen las elecciones

Estamos en la época de las promesas; la antesala del matrimonio por conveniencia cuyo fin último es la posesión. En este año de elecciones, en Colombia, –siete largos meses de vanas palabras del novio que sólo apunta a la noche del himeneo– aparecen políticos nuevos, viejos y caducos, todos, cual Pinocho, prometiendo lo que nunca cumplirán, posando de honrados todavía sin orden de captura, hablando bonito como las gitanas, que nos dicen lo que queremos oír.  Los medios de comunicación, que están en su derecho de hacer su agosto, nos inundarán con expresiones pagadas como, “Ahora sí”, “El cambio es ya”, “Contra la corrupción”, “Nos llegó la hora”, “La ciudad no está enferma, está grave” y otras similares que prometen el gran cambio para seguir igual.

Por ahí apareció un político, que no sabíamos que lo era, de voz de falsete, sin propuestas, desparramando buenas intenciones, cuando la última vez lo vimos como empresario de un club de fútbol venido a menos. Según los resultados deportivos, fue quien impuso la filosofía, que aún persiste, que los refuerzos para ganar un torneo se hacen con jugadores viejos y baratos. Al mencionado club de fútbol le va a pasar lo mismo que al departamento del Cauca: lo van a mandar a las divisiones inferiores luego de ostentar una historia de grandeza. Estas son las consecuencias, cuando se impone la filosofía de las buenas intenciones con frágil sustento, frente a una certera orientación política.

También aparecen gerentes que han cumplido con su deber –que hoy es cosa rara, y por eso se destacan– exhibiendo esa única patente para ser ungidos como candidatos. Aclaremos: Hay una diferencia abismal entre dirigir una empresa de 40 empleados y un municipio de 300 mil habitantes o un departamento de 2 millones. Eso sería lo mismo, ni más ni menos, que a un director de una guardería infantil lo nombren rector de la Universidad Nacional. Nosotros ya tuvimos los resultados  de este tipo de elección –gerente en gobernante– en fechas recientes y nos fue como a perro en misa; aunque al perro le fue mejor, por esa inteligencia canina que le indica que a esa misa no vuelva, en cambio nosotros, gozamos en repetir las mismas jaculatorias.

También aparecen otros políticos reencauchados en cargos de tercera, que creíamos que ya se habían jubilado haciendo nada, ahora sí dispuestos a trabajar como no lo hicieron en su juventud. Tienen el cerebro más enredado que un baúl de zarcillos, tanto, que el ágil periodista pregunta una cosa y le contestan otra, que no guarda la mínima lógica entre antecedente y consecuente. Me acuerdo de que a uno de estos especímenes le preguntaron:
-Doctor, ¿cuáles son sus propuestas?
Y respondió:
-He hecho un recorrido por todo el departamento viendo las necesidades de la gente. He visto la pobreza pero también el afán de las gentes por salir adelante.
Bueno, si esta no es una respuesta al estilo “Chancaca”, debe ser una respuesta al estilo “Chuspas”.
Estos mismos candidatos confunden los términos, política, plan, proyecto y programa; no diferencian entre gobierno y Estado y todo lo revuelven como en un sancocho de beneficencia. Se nota que sus clases de política se las dictó el doctor Parkinson, o el doctor Dawn, o el doctor Alzhéimer, o todos a la vez. O simplemente no estudiaron.

En serio.

Echémosle ojo a la “carretilla” que se nos viene encima y hagamos como esa novia avispada en trance de aceptar requiebros mentirosos del futuro marido: Mijo, firmemos un contrato de cumplimiento, si no cumples, me respondes con las tres cuartas partes de tus bienes.

Así la cosa, sería otra cosa.

sábado, 12 de marzo de 2011

Ladrones en huída

Cuántas veces a los ladrones les va mal en sus faenas. Como dice el dicho, van por lana y resultan trasquilados; otros van por plata y terminan endeudados; y los más aventajados, van por la esposa del dueño de la casa y terminan de amantes del fontanero.

Por los lados de un barrio de Popayán, con nombre de prócer, arrimado al río Ejido, recostado al Cementerio Central, extendido cual alfombra de dos pisos, había una casa amplia, de sólo un piso, con solar protegido por una tapia de casi tres metros de alto; la única residencia que no habían robado los ladrones. Permanecía, durante el día, sola y sin vigilantes, pero los dueños de lo ajeno no incursionaban en ella. Los vecinos místicos creían que estaba protegida por todos los ángeles; los fanáticos, que tenía maleficio; los vecinos indiferentes, atribuían a la buena suerte que los ladrones pasaran de agache por la tapia esa. Hasta que, circunstancialmente, descubrimos el encanto.

Estábamos en el balcón de nuestra casa, tipo seis de la tarde, cuando vimos a dos individuos en ademanes sospechosos que rondaban la tapia del vecino de la diagonal. Observamos sin ser observados. Como maromeros de circo, los rateros se encaramaron por la tapia, uno apoyando al otro sobre sus hombros y después éste jalando al primero desde la altura. Fue una ilusión verlos subir, desaparecer y volverlos a ver, otra vez, encaramados en la tapia y saltando hacia la calle horrorizados. Nos sorprendimos tanto que pusimos en observación permanente la casa diagonal. El espectáculo era sin igual, sobre todo con los rateros nuevos y los ladrones de otros barrios. Los veíamos escalar la tapia, caer al interior y volver a subir y caer a la calle, siempre pálidos y asustados.

Averiguando la cosa, llegamos a saber que esa era la casa del papá de Fernandito, estudiante del Instituto Técnico Industrial; y Fernandito, cuando le comentamos el asunto, nos sorprendió peor que los ladrones con una estruendosa carcajada; se reía tanto que prolongaba al exceso la intrigante situación. Cuando dejó de reír, lágrimas incluidas, Fernandito nos invitó a su casa para que por nuestros propios ojos develáramos el misterio. Le seguían atacando accesos de risa y a nosotros, accesos de la “piedra” que nos salía. Entramos por la puerta principal que daba a la calle opuesta a la de la tapia sin ver nada anormal y nos condujo por un breve corredor al solar. Antes de penetrar por la puerta de ingreso, nos advirtió: “No se vayan a asustar que estos animalitos son mansitos.”
Entramos al solar y vimos en medio de la maleza, los platanales y los geranios, como en un gran plato de espaguetis tirado al sol, un güio, una anaconda, varios crótalos, una que otra mapaná, varias “cabezas de candado”, bellas corales falsas, cascabeles estiradas que no sonaban, perezosas tallas equis, que ni se mosquearon por nuestra presencia. De todas maneras nos sorprendimos hasta el miedo y nos dio por preguntar a Fernandito:
-¿Y por qué estas serpientes están aquí?
La razón fue contundente:
-Mi papá es culebrero.  

domingo, 6 de marzo de 2011

De Colombia al Japón

Me enviaron un correo electrónico que contiene un video (http://vimeo.com/18737662) de un promotor social de ascendencia japonesa. Se trata de un joven brillante, de padre japonés y madre colombiana, que hace un trabajo social en Ciudad Bolívar, en Bogotá.
Su exposición, muy amena, está estructurada como lo establecen los cánones de empresarios japoneses y norteamericanos y es de un hondo contenido ideológico. Sin embargo, mi obligación es señalar los aspectos éticos y políticos que inducen en el público el error de creer que vivimos en el mejor de los mundos. La conclusión general, que se deriva al finalizar la charla, es que, como estamos, estamos bien; mejor que los países desarrollados; que debemos seguir así.

Desde el punto de vista ético se dicen unas verdades que sabíamos, pero puestas en un contexto empresarial se vuelven descubrimiento. Ahí están, por ejemplo, el cariño entre los vecinos y amigos, que es una característica latina (“Te quiero chino”. “Yo también te quiero”.); la solidaridad de clase, otra virtud que funciona entre pobres (“La sandía, que vale cinco mil pesos, déjesela al chino en tres”.) Estas virtudes éticas, según la exposición, tal parece que sólo las tenemos nosotros; los países desarrollados, como Japón y Estados Unidos, no, y por eso es inconveniente ser como ellos. El fundamentalismo se orienta a seguir siendo lo que somos y descartar otras formas de convivencia que ya han perfeccionado los países desarrollados.

Creo no equivocarme al afirmar que el propósito fundamental de estas charlas es político. Algunas apreciaciones, elevadas a dogma, orientan a una comunidad para que se ponga de parte de quienes saquean su riqueza. Decir, por ejemplo, con gracia y con humor, que Colombia es rica en petróleo, en café y en esmeraldas, cuando el Japón no lo es, pasa a ser una aseveración por lo menos equivocada. Veamos: El petróleo, ¿quién lo explota y a quién beneficia? No es al pueblo colombiano, que paga los derivados más caros del mundo como si no lo tuviéramos. El café, beneficia a los tostadores de empresas transnacionales; nosotros tomamos el café que desecha, para exportación, la Federación de Cafeteros. De nada nos sirve tener el mejor café del mundo. Las esmeraldas, las más bellas, las más valiosas, no están en Colombia, están en Europa comercializadas por empresas extranjeras. En Colombia hay un comercio pingüe en la avenida Jiménez de Bogotá, que es lo único que nos queda de esa gran riqueza. Como los africanos: quedaron muy pobres (y con violencia) después de poseer los diamantes más valiosos del mundo.

Que el Japón es pobre porque no tiene riquezas naturales fue exaltado por el conferencista, comparando a Colombia como un gran país rico, dueño de todas las materias primas. Centrando en la capacidad de su gente, el Japón llegó a ser una gran potencia industrial y lo mismo se pretende de Colombia, elogiando la capacidad individual como una actividad de héroes. Pero la cosa no es así. Individualmente considerado, el ciudadano no es capaz de transformar a un país; lo están demostrando los países norteafricanos, lo demostró el Japón con su buena política.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el Japón emprendió un nuevo camino político; sostuvo el imperio y les otorgó a los nuevos dirigentes el manejo del Estado. Su sistema político, democrático incluyente, desarrolló un capitalismo con función social. Se creó un Instituto de desarrollo que era intermediario entre el Estado y la empresa privada para trazar su gran política a partir de sus fortalezas y debilidades cuyo fin último era la grandeza, estabilidad y bienestar del Japón. La debilidad del país del sol naciente era la nula existencia de materias primas, su fortaleza la centraron en la ciencia, la técnica y la industria de transformación. A través del Instituto, el Estado garantizaba la importación de materias primas, el entrenamiento de científicos y técnicos; la empresa privada hacía la gran expansión de las industrias de transformación, la ofensiva comercial. El resultado de esa política está a la vista. Si hay 43 mil suicidios al año es porque esa política, exitosa en el campo económico, descuidó a la juventud que no se orienta por las ciencias y la industria sino por el arte y las humanidades. Hay frustración para los jóvenes que optan por las artes como un señalamiento cultural. Para que ustedes juzguen estas afirmaciones, basta preguntar cuántos escritores, pintores, músicos, poetas, artistas, humanistas de talla mundial ha producido Japón. (¿?) Creo que la dirigencia política nipona, hoy, está replanteando este aspecto.

Colombia es, por el contrario, una democracia excluyente; su capitalismo sólo beneficia a quienes detentan el poder en detrimento de la gran población. Colombia es suministradora de materias primas, no más. Pero esas riquezas del subsuelo, que por mandato de la Constitución pertenecen al Estado, las negocian y comercializan los dueños del poder a su antojo, sin contribuir para nada al progreso del país. Ahí están los ejemplos de las concesiones mineras, explotadoras de oro, que sacrifican los páramos, las reservas naturales, el agua, para que unas empresas extranjeras se beneficien, sin importarles las consecuencias que afectarán a los pobladores del entorno, así aseguren lo contrario; es la misma actitud que asumen los jefes del gobierno que han bautizado esa permisividad como “confianza inversionista”. Al final, si seguimos así, no tendremos materias primas, ni riquezas naturales y peor aún, no tendremos país.

Con la pobreza africana que se nos viene encima, ni siquiera los héroes de Ciudad Bolívar, que adulaba nuestro brillante japonés tolimense, nos podrán salvar de la indigencia mundial.  

Algo va de Colombia al Japón.

sábado, 5 de marzo de 2011

El plato del gato

Como sabemos, los anticuarios andan siempre a la caza de objetos antiguos y valiosos. Uno de estos personajes, casualmente encontró una pieza muy valiosa, de la edad media, en casa de un granjero que tenía destinada, como plato, para darle de comer al gato. El anticuario le ofreció comprar al gato por una suma respetable y de inmediato el granjero aceptó. Fue entonces cuando el comprador dijo, casi sin interés:
-Me llevaré además el platico por lo que veo que el gato come por costumbre en él.
El granjero, espontáneamente molesto, le advirtió:
-¡Alto ahí! Deje el plato quieto, es bendito, es el que me ha hecho vender muchos gatos.